No recuerdo la última vez que oí la entrañable expresión “en paños menores”. De hecho, quizá nunca la haya oído, y simplemente la he visto escrita, con relativa frecuencia, en los tebeos que leía de niño. Por eso, se me ocurre que habría sido arriesgado traducir el título original en yiddish de Unterzakhn de manera literal, es decir, “paños menores”. En todo caso, tanto el original como la traducción final, el título Intimidades sugiere tan solo una pequeña parte de lo que nos ofrece esta maravillosa novela gráfica.
Esther y Fayna son dos hermanas gemelas que, junto a sus padres y a su hermana pequeña, viven en el Lower East Side de Nueva York a principios del s. XX. En su casa impera la ley impuesta por su madre, la señora Feinberg, una despótica matriarca que les prohibe ir a la escuela, que se cepilla los zapatos sobre su triste marido, y que es conocida en todo el barrio por otros cepillados aún menos confesables. Esther y Fayna, pues, se ven obligadas a aprender las cosas de la vida entre el bullicio de los mercados callejeros y la inmundicia de los callejones.
Y entre ese bullicio y esa inmundicia, los caminos que escogen cada una de las dos hermanas empiezan a separarse. Esther se convierte en chica de los recados de una madame que regenta un burdel. Fanya, por su parte, tras haber visto a una mujer desmayada y sangrando “ahí abajo”, y oír que se metió un alambre para sacarse el bebé, conoce a Bronia, la comadrona (en realidad, la abortera) del barrio. Poco a poco, las vidas de las dos hermanas se van separando. Gracias a su exótica belleza judía, Esther empieza a ascender en el mundo del cabaret y actividades relacionadas, mientras Fanya se entrega, con creciente recelo, a la misión de Bronia, fomentar la planificación familiar entre las clases más humildes.
Con sus golfillos callejeros hijos de inmigrantes, el escenario de Intimidades nos puede recordar a aquel que tan bien retrató Sergio Leone en Érase una vez en América. Pero esta novela bebe, sobre todo, de las fuentes de la cultura y la literatura yiddish. El tono de su mirada sobre la Rusia de los pogromos es heredero directo de Sholem Aleichem, el gran retratista del mundo del shtetl, que en España sólo conocemos por la adaptación de El violinista en el tejado. Los destinos separados de las dos hermanas nos remiten a Israel Yehoshua Singer y su inolvidable Los hermanos Ashkenazy. El trazo de Corman, influido por el de Marjane Satrapi, a mí no deja de recordarme a las figuras flotantes de Marc Chagall. Y por supuesto, el retrato del Lower East Side, el revoltijo de clases sociales, y el relato de unos personajes llenos de ambiciones, suspicaces de sus escrúpulos, y que exhiben sus trapos sucios por la ventanas del apartamento, nos lleva directamente al maestro Will Eisner.
Pero un artista de verdad es aquel que sabe absorber todas las influencias y crear después algo totalmente nuevo. Y, juzgando por esta novela, Leela Corman es una artista enorme. Con unos personajes reales hasta en sus pelos más inoportunos, con un uso extraordinario del ritmo, que nos lleva a devorar las páginas y a zamparnos, sin darnos cuenta, una historia de 30 años, y con un relato que nos atrapa desde el principio, Intimidades es una de las mejores novelas gráficas que he leído en mucho tiempo. Qué corta se me ha hecho.