Por fin en mis manos el deseado regreso del equipazo del género negro en cómic Ed Brubaker, Sean Phillips y Elizabeth Breitweiser con su potente serie Kill or be Killed 2. Y como en su primera entrega, no decepciona. Podría hacer una larga introducción en la que dé vueltas por poblado antes de meterme de lleno en el argumento y análisis del cómic, pero este género de historieta no pide rodeos, exige ir al grano. Entre otras cosas porque en las primeras páginas ya le saltan a un fulano la tapa de los sesos. La violencia y la decadencia urbana en la que se desarrolla la acción va en aumento, mostrando los más bajos fondos de la sociedad que, literal y figuradamente, ahoga al protagonista de esta historia. Porque en el subsuelo de este cómic está la falta de opciones, el ahorcamiento al que a veces nos vemos sometidos y, como elemento novedoso en la serie, nos habla del destino que todos tenemos escrito. Por mierdoso que este sea.
Si recuerdas el primer número, Dylan, el joven protagonista que narra sus desdichas, sobrevivió a un suicidio y tras su arrepentimiento pactó con el diablo: ejecutar una vida al mes a cambio de que le mantenga vivo. Ante esa falta de elección —o matas o mueres— sus actos le iban llevando a cometer delitos cada vez más peligrosos para él y las personas de su entorno. Bien, en este segundo tomo, Dylan ya ha aceptado su rol de justiciero y cada vez le tiembla menos el pulso, pero eso va a hacer que exponga a las personas que sí le importan a peligrosas situaciones. En esta segunda parte de su decadente vida, Dylan se reencuentra con una vieja novia de juventud, Daisy, con quien intentará olvidar a Kira. El encuentro fortuito con esta nueva joven va a servir para que Dylan reflexione sobre la importancia del destino, de cómo parece que todo está perfectamente hilado para que sucedan las cosas tal y como alguien o algo las dejó ya escritas. Parece así intentar justificar los asesinatos que sigue realizando con el fin de poder pagar su deuda con el diablo. Personas indeseables que el mundo no lamentará su pérdida seguirá siendo su ideal, pero esta vez las consecuencias se están cobrando vidas inocentes. Y como deja en el aire al final del tebeo, todo irá a peor.
La historia se nos sigue presentando de modo anacrónico en voz de Dylan y los saltos en la narración se mezclan con la composición de las ilustraciones en las que la propia voz del narrador nos ayudará a contextualizar lo que tenemos delante. El arte de Sean Phillips y las tintas de Elizabeth vuelven a destacar por su carácter expresivo y detallista en cuanto a la arquitectura urbana, así como en la disposición más o menos regular en la composición de las planchas. Las transiciones entre viñetas se producen, como suele ser estilo de la casa, a través de un marcado estilo cinematográfico. Los elementos de que se componen las viñetas (gestos concretos de un personaje, plano detalle de un objeto) se engarzan en una inmediatez temporal por medio del cambio de foco que impone el dibujante. Resulta, al final, de un movimiento y un ritmo de acción como el de una película, pero sin perder el estilo más puro del cómic.
En comparación con la primera entrega, este Kill or be killed 2 dejará de lado el humor negro y ácido para ser más visceral y, por carecer del efecto sorpresa y paranormal de la aparición del diablo, lo que se pone de relieve es el camino decadente que está llevando a cabo Dylan, cada vez más inmerso en una autodestrucción. Aquí, camellos y traficantes jugarán un papel fundamental en el sentido figurado que propone la obra sobre el daño y la fatalidad de las drogas, además de poder arrojar luz sobre un problema serio en los Estados Unidos acerca de la dificultad para conseguir medicamentos y tener que recurrir al mercado negro. Mención incluída a Michael Moore. También, Brubaker, consciente de la realidad contemporánea, dará lugar a cuestionar el mal funcionamiento de la policía que, ante un peligro o ataque, pasan a ser más “Estado policial” que “policías”, en clara referencia a la incompetencia por los ataques terroristas vividos durante estos años. Como es común en el género negro, la cotidianeidad no pasa desapercibida pese a que se traslade a la ficción. En definitiva, una buena continuación de la serie que deja nuevas puertas abiertas para entregas posteriores.
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