Reseña del libro “La elocuencia de la sardina”, de Bill François
Un buen título, un buen tema, una buena cubierta, una buena forma de narrar. En definitiva, un buen libro. ¿Cuál? La elocuencia de la sardina, con subtítulo «Historias increíbles del mundo submarino», de Bill François y publicado por Anagrama.
Os voy a contar algo (si no no sería yo, claro). Hace unos años hice el Camino de Santiago en bicicleta. Después de más de 700 kilómetros, cierto día llegamos a Santiago. Aquella noche nos dimos un buen homenaje, tanto de comida como de fiesta. Al día siguiente, con todos los dolores físicos despiertos y una resaca importante, paseamos lo que pudimos por la ciudad. No sé muy bien cómo acabé dentro de una bacaladería. Yo en ningún momento quería bacalao. Pero me puse a hablar con la persona que regentaba aquella tienda y de una forma u otra él acabó sabiendo que yo me dedicaba al mundillo editorial y yo que él estaba escribiendo un libro. ¿Y por qué cuento esto? Porque su libro trataba sobre cómo gracias al bacalao la gente del norte de España había pisado América muchísimo antes que Colón, cómo siguiendo la ruta que hacía el bacalao los pescadores se asentaron en aquellas tierras hacía siglos. Él me lo contaba todo metidísimo en la historia. Yo lo estaba aún más. Pero el hombre paró de contar, y yo me quedé con una premisa en la cabeza que muchas veces fui contando por ahí pero nunca desarrollé. Y claro, cuando leí la sinopsis de la Elocuencia de la sardina, que en cierto punto te dice que Bill François te va a hablar de «el bacalao que descubrió América», no tuve dudas de que este libro era para mí. Y lo ha sido. Tengo una amiga que cuando le dije que iba a leerlo me dijo, literalmente: «Solo a ti (y 4 sardinas, que no gatos en este caso, más) os podía interesar este libro». Pues eso.
Pero debo decir que no interesará a solo cuatro sardinas, o gatos, o lo que sea. Porque aquí se cuentan cosas fascinantes. Desde la ballena que nadie nunca ha podido ver pero sí escuchar y de la que se sabe que ronda sola desde siempre por los mares porque su frecuencia de sonido no es la misma que la de las otras ballenas (¿Está ciega? ¿Está sorda?) y por culpa de ello nunca podrá encontrarse con ninguna otra, hasta la anguila que un niño metió en un pozo y que nunca moría y que pasaban los años, las generaciones de aquella familia, y la anguila seguía allí. Hasta que hubo un accidente y la anguila murió con más de 150 años, sin acabar de decirnos cuánto podría haber llegado a vivir. Por en medio de eso un niño crecido llamado Bill François nos cuenta cómo tenía miedo al agua hasta que una sardina le contó la historia del mar. Un poco como ocurre con el Kvothe de Patrick Rothfuss, fue conocer el nombre del viento (en el caso de François, el nombre del mar) y entregarse a él.
Leeremos sobre el secreto de las ostras y sus perlas, sobre cómo se comunican, al estilo de terribles violinistas, las langostas; sobre cómo la morena ayuda al mero, y viceversa, para cazar juntos; sobre cómo unas orcas fueron las mejores aliadas de ciertos pescadores para pescar unidos durante años, sobre cómo se creía que las rémoras eran capaces de detener barcos con su fuerza de succión. Nos dice François que al principio, para todos, el mar no es más que una película muda, sin subtítulos. Gracias a él no sabéis qué fuerte y nítido se oye todo.
Y es que aprenderemos muchas cosas más: la forma de comunicarse de cada especie (por olores, por colores, por corrientes o incluso por señales eléctricas), que hay lugares que son como trenes de lavado o spas para peces, medusas que se acaban convirtiendo en coral y corales que se acaban convirtiendo en medusas, que los meses con erre son los meses del marisco. A ello, súmale un montón de palabras nuevas (por lo menos para mí): copépodo, quincunce, otolitos, zifio, buccinos… Trabajazo de Rosa Alapont.
En fin, una demostración más de que es más fácil apasionar a otros cuando lo que haces emana tu propia pasión por ello. Si incluso en el libro hay ilustraciones del propio autor (evidentemente, peces. Por cierto, no dejéis de ver su cuenta de Instagram: @billfrancois24), qué más puedo decir. Está claro que nos estamos cargando el mar, el mar y todo, pero todavía hay cosas maravillosas ahí dentro, cosas (el gran porcentaje de ellas) desconocidas, historias por contar. Habla hacia el final del libro François sobre esto, sobre todas las historias que el mar tiene por contar, por contarnos. Que cojamos una caracola, y que no solo la tengamos entre las manos sino que nos la acerquemos al oído y escuchemos lo que tiene que decirnos. Porque no nos hablará únicamente de ella y del mar, sino también de nosotros. Bill François ya lo dice: «El mar nos habla. Para que el diálogo sea completo, ¿por qué no responderle?».
Y por último, un fragmento que subrayé: «El océano es de todos y de nadie. La imaginación también. De manera que ya seamos una ballena solitaria que habla su propia lengua o una de las anchoas coordinadas de un inmenso banco, ya seamos el inventivo pulpo, la adherente rémora o el discreto bogavante, cantemos, cada cual a su manera, libremente nuestras historias».