Reseña del libro “La escuela de canto”, de Nell Leyshon
«Tengo una voz. Es mi voz. He empezado a usarla y no voy a parar».
La voz. La voz que está y solo tienes que encontrarla. O que te dejen encontrarla. Pero encuéntrala. Porque, una vez lo hagas, y estés con ella, ya no la puedes perder. Ella será tú y tu serás ella, y este poder restará siempre dentro de ti y te hará ser. Te hará sentir, y sentirte. Y ser escuchada.
No puedes hacerlo porque eres una chica. Es que es una niña, y las niñas no juegan a pelota. Eres una niña y no tienes las mismas oportunidades que los niños y no puedes hacer lo que hacen ellos y tienes que quedarte en el patio viendo como corren, como saltan, mientras tu aprendes aquellas tascas de interior, aquellas faenas que debes tener listas para cuando los hombres lleguen a casa y se las encuentren hechas y estén contentos y, así, puedas sentirte realizada como mujer. Porque eres una mujer, antes una niña, y tu misión es contentar. Contentarlos. Que todo esté perfecto y sin errores. Y limpio.
La escuela de canto, de Nell Leyshon (Sexto Piso, 2022) va de eso. Del poder de una niña, de Ellyn, en el siglo XVI. De la voz de una niña que, contraviniendo todas las normas impuestas, y más en aquel momento, decide utilizar la voz, que no sabía que poseía, para elevarla, para hacerla sentir. Pero es una niña, y riega sangre, y se tiene que cubrir con ropas de niño, ropas grandes, y tiene que esconder los pechos y cortarse el pelo. Porque, sobre todo, no se vea que es una niña, y que no puede cantar en la escuela de canto, con niños, aunque su voz sea la mejor.
Con una escritura más que especial, ya que el libro está escrito sin signos de puntuación, y las frases son hechas utilizando, de manera maravillosa, la conjunción «y», que aporta ritmo a la narración y hace que constantemente no puedas desprenderte de ella, salimos de un pueblo cercano a Londres, de la granja, de las vacas muñidas, de la casa con una sola habitación, de la peste, la caca y los mercados semanales en los cuales vive Ellyn con su familia, para acompañarla en este acto de valentía que es hallar su voz y convertirse en el miembro más destacado del coro de niños de la iglesia del pueblo.
Ellyn, que es una niña y sabe muy bien qué significa serlo, habla en una primera persona tierna, inocente pero no tanto, para escribir este libro, una larga carta destinada a su hermana Agnes, un bebé, que también tiene el pelo rojizo, para decirle que, como ella, también es una niña, pero que las niñas también pueden hacer cosas.
Ellyn, la protagonista de Nell Leyshon, que se escapa de casa siguiendo su propia voz entonada, para ella misma, pero, también, para su hermana pequeña, para que no tenga que sufrir lo mismo que ella. Ellyn, que descubre que ser niña a los ojos del mundo no es satisfactorio, pero que aprende a querer el rojo que sale de ella, y de su cuerpo, edificado encima de ella misma y, aun así, elevar su voz.
Qué maravilla.
«Y esto, Agnes, es lo que veo:
Mis dos piernas son tan Fuertes como dos árboles y mis pechos son tan libres y tan altos como los colines que hay en casa. Debajo de mis brazos y entre mis piernas hay un pelo que parece una arboleda. La sangre es un río en mis muslos.
Es el cuerpo de una mujer.
Soy un paisaje, un mundo.
Y sé que dentro de mi tajo hay todavía más: hay otro mundo, un mundo escondido. Y sin ese mundo no hay ningún mundo».