Lo primero que me cautivó de La hipótesis, de Ekaitz Ortega, fue el prólogo de Xavier B. Fernández, «Las ficciones que nos leen», un alegato a favor de la fantasía como una herramienta valiosa para interpretar la realidad. No sé si a ti te habrá pasado, pero a mí hay gente que me ha dicho que solo lee cosas de verdad (ensayos, revistas científicas, etc.), como si toda deriva fantástica —y con deriva fantástica me refiero a todo aquello que no describa fielmente (¿acaso eso es posible?) hechos reales— fuera una tontería, una pérdida de tiempo. Nunca he logrado hacerles entender que la ficción no es solo entretenimiento, sino una mentira que le da sentido, trasfondo, a la verdad.
Esa es la idea que transmite el prologuista de La hipótesis. Según él, la primera novela de Ekaitz Ortega, Mañana cruzaremos el Ganges, era una fantasía distópica «tan radicalmente comprometida con la realidad, tan hondamente enraizada en ella, que permite interpretar varios de sus aspectos con una profundidad que difícilmente se lograría en una novela realista», pero en esta segunda obra, La hipótesis, se ceñía al realismo. Al menos, en apariencia, porque si algo deja claro esta novela es que la ficción, nos guste o no, es el pegamento de la realidad, y la usamos a menudo.
El protagonista de La hipótesis es Máximo, el dueño de una tienda de barrio. Su inalterable rutina se ve sacudida cuando lo atracan. Lo dejan inconsciente, pero no se llevan dinero ni género. Los medios locales se hacen eco de la noticia, sus conocidos, a los que nunca ha caído bien, se interesan por él, pero Máximo no quiere hablar de lo sucedido. Sin embargo, no deja de darle vueltas. ¿Por qué esa violencia para no obtener nada? ¿Qué ocurrió durante esos minutos que permaneció inconsciente, a merced de los atracadores? Aunque nunca sepa qué pasó en realidad, necesita una certeza, aunque sea solo una hipótesis plausible. Entonces descubre a Martos, un guionista que ofrece sus servicios en el apartado de clasificados del periódico, y decide contratarlo, a ver si con su imaginación consigue darle sentido al insólito atraco.
Al principio, empaticé con Máximo. Pobre hombre, ha sufrido un hecho traumático y la gente solo quiere cotillear. Incluso su mujer no duda en comentar los detalles que él le ha pedido expresamente que mantenga en secreto. Pero al poco me di cuenta de que Máximo era especial. Rarito, vamos. No solo por su fobia social, sino por su forma de obsesionarse con el incidente… y con Martos. A cada página que pasaba, se hacía más obvia su nula capacidad de interacción, su mediocridad en todos los sentidos, y entonces empaticé con todos los que pasaban de él, aunque tampoco fuesen muy diferentes o mejores.
A través del día a día de Máximo y las hipótesis que le va entregando Martos, Ekaitz Ortega hace una reflexión del peso de la incertidumbre y de la imagen que tenemos sobre nosotros mismos y que proyectamos en los demás. Que una nos parezca más verdadera que otra solo depende del pegamento de la ficción, de las explicaciones con las que rellenemos esas incógnitas que nos ofrecen los pensamientos y acciones de los demás y de nosotros mismos.
En algún lado he visto que se etiquetaba La hipótesis como una novela negra, y no entiendo por qué. Si bien buscar la verdad sobre el atraco es una intriga que se mantiene a lo largo de sus doscientas treinta y tres páginas, es solo una excusa para abordar otros temas. Para mí, es una historia bien escrita, irónica y muy adictiva. Una buena novela que disfrutarán quienes no limiten sus lecturas por etiquetas y prejuicios.