Leer hoy día obras como La ley de la violencia y la ley del amor en las que el Tolstói maduro plasmó su pensamiento pacifista, su doctrina de amor y no violencia, resulta tan deslumbrante como doloroso. Deslumbrante porque la prosa de Tolstói lo es, porque consigue darle sentido a la bondad y explicar la utopía no cómo un sueño inalcanzable sino como un horizonte no sólo lógico, sino inevitable. Doloroso porque fue escrito porque son el testamento vital e intelectual de un hombre clarividente que quiso cambiar el mundo mediante el amor y cuyo éxito fue claramente descriptible. Basta con mirar el periódico. Doloroso porque describe el mundo que pudo haber sido y lo leemos en el mundo que es. Cierto que la realidad hace que estos textos envejezcan de la forma que menos hubiera deseado su autor, probablemente hoy muchos se acerquen a ellos por su valor literario o como curiosidades de valor historiográfico, sin embargo son otra cosa, son el mapa de la bondad humana, la esencia de lo que a lo largo de la humanidad los hombres han soñado que les definía, en lugar de sus actos.
La ley de la violencia y la ley del amor también tienen una enseñanza política, cada vez menos utópica, qué quieren que les diga, porque su mensaje contra la violencia organizada y la opresión de los estados está lejos de caducar.
Llegados a este punto, tal vez sea mejor que le ceda la palabra:
La liberación del mal que atormenta ay corrompe a los hombres se alcanzará no mediante el fortalecimiento o sostenimiento del régimen existente -monarquía, república o el que fuere-, no mediante su destrucción y la instauración de uno mejor -socialista o comunista-, ni tampoco mediante la implementación violenta de un determinado orden social que algunos hombres consideran mejor, sino sólo gracias a que cada hombre (la mayoría de ellos), sin pensar en las consecuencias que sus actos tienen para sí mismo y para los demás, y sin preocuparse por ellas, guiará su conducta no por tal o cual orden social, sino de la observancia de la ley que considera suprema, la ley del amor, que no admite la violencia bajo ninguna circunstancia.
Yo leo un párrafo como este con cierta amargura, tal vez porque la clave, ese “la mayoría de ellos” que se encierra entre paréntesis, deja claro que si el desarrollo de nuestra sociedad occidental no ha evolucionado en clave de no violencia no ha sido por una imposibilidad metafísica o una circunstancia sobrevenida e inevitable, sino porque no ha habido una mayoría de personas que así lo hayamos decidido.
Yo detesto los panfletos, me molesta que traten de adoctrinarme de ninguna manera, sin embargo disfruto con la exposición brillante de las ideas, sean las que fueran, y La ley de la violencia y la ley del amor la he disfrutado, porque aunque es cierto que Tolstói trata de convencer al lector de sus tesis, no es menos cierto que lo hace desde el respeto, que sea él quien llegue a las conclusiones que le parezcan oportunas. Aunque el camino de los razonamientos de Tolstói no desemboca en muchas conclusiones diferentes de las suyas.
En lo que sí que la obra es esclava de su tiempo es en el enfoque religioso que le da a su pensamiento. Esa bondad, esa confesión de no violencia en aquella época parece claro que tenía raíces cristianas, pero hoy día bien podría ser diferente. Sospecho que a Tolstói no le disgustaría que sus posiciones morales surgiesen no de una matriz espiritual sino de la propia conciencia, que a fin de cuentas es algo muy parecido al Dios de Tolstói.
La edición es pródiga en citas y en argumentaciones, leerla es verdaderamente placentero y les recomiendo que lo hagan aunque sea para discutirla. Las ideas de Tolstói pueden no haber triunfado en el plano de la realidad social, pero son indiscutibles desde un punto de vista moral, y siempre queda algo de su lectura. Será mucho o será poco, pero, como él, será bueno.
Andrés Barrero
@abarreror
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Tolstoi me encanta. Este libro que nos traes me parece muy interesante. Gracias por compartirlo. A ver si me hago con él. Un saludo