Ya hace tiempo que terminé la carrera de Derecho. La verdad es que la mayoría de las cosas que estudié durante esos años están en cualquier lugar menos en mi cabeza. Eso hizo que me frustrara durante mucho tiempo, porque llegué a pensar que haber estudiado esa carrera no me sirvió para nada. Pero lo cierto es que no es así. Puede ser que no recuerde las leyes ni su contenido exacto, pero sí que recuerdo la manera de pensar que tenía antes de entrar en la carrera y la que tengo ahora mismo. Estudiar Derecho me ha ayudado a ser más comprensiva y tolerante y, sobre todo, a entender que cualquier persona (donde me incluyo) puede verse metida en un lío gordísimo sin comerlo ni beberlo. De ahí que la presunción de inocencia sea un pilar fundamental de nuestro sistema jurídico que jamás (por más que quieran los políticos hacernos creer lo contrario) deberíamos pasar por alto.
Ay… ese principio de presunción de inocencia es fundamental, pero cuando a uno le pillan en el escenario preciso en el momento adecuado, nace una novela como La muerte de Betelgeuse. Todo comienza cuando Rael Renoir conoce a una chica. Poco tiempo le faltó para acabar pasando la noche con ella. Y la mala suerte quiso que al día siguiente esta apareciera brutalmente asesinada (y cuando digo “brutalmente”, quiero decir que no os podéis ni imaginar la muerte tan horrible que tuvo. Confieso que se me revolvieron un poco las tripas cuando lo leí). Como era de esperar, Rael está bajo el punto de mira y acaba en la cárcel durante más tiempo del necesario, esperando el momento en el que Curro, su abogado, por fin convence al juez de que su cliente es del todo inocente.
Entonces Rael, después de haber pasado tanto tiempo en la cárcel por un hecho que él no cometió, decide volcar su vida en encontrar al verdadero asesino de la chica. Nosotros lo acompañaremos en esta búsqueda, que le llevará incluso por diversos lugares del mundo, y en la que conoceremos a un montón de personajes que tienen mucho que decir.
La muerte de Betelgeuse, escrito por José Garrido, es un libro que se lee muy rápido gracias a su poca extensión y a la agilidad del lenguaje. El autor no se entretiene haciendo descripciones innecesarias y lleva al lector directamente a la acción. Es muy intrigante ya que quien lo lee tiene la misma necesidad imperiosa que tiene el protagonista de descubrir quién es el verdadero asesino y qué clase de mente perturbada puede llegar a tener alguien que mata a otra persona de aquella manera (se nota que me ha impresionado esa parte, ¿verdad?).
Me han gustado especialmente las reflexiones que se hace el protagonista en algunos comienzos de capítulo. Connota mucha filosofía y esto me ha llevado a tener que leer algunos párrafos un par de veces para entender perfectamente lo que el personaje quería decir. Y me ha gustado porque parece que el autor está haciendo esto sin querer. Pero en el fondo, en estas partes de las que hablo, el autor lo que está consiguiendo es que el lector se quede pensando durante un buen rato sobre el sentido de esas palabras, llegándoselas a aplicar a uno mismo. Ahora no recuerdo exactamente en qué capítulo fue (sé que era uno del primer cuarto del libro) pero sé que hubo un párrafo que releí unas tres veces. En unas pocas líneas encontré un sentido muy grande que hizo que se me escapara una sonrisa.
Es un libro que me ha gustado bastante y que me ha tenido intrigada durante todo su desarrollo. Me han tenido en vilo los giros argumentales y las sorpresas que me he llevado con algunos de los personajes que tenían demasiadas cosas escondidas y que, gracias a la astucia de Rael, no tendrán más remedio que ir desvelando poco a poco.
También me ha gustado en sí el personaje del protagonista, Rael, ya que el tiempo que estuvo en la cárcel injustamente hizo que se le formara un carácter que en un inicio no tiene y es muy interesante para el lector ver esa evolución. Esa forma de madurar como personaje era imprescindible, ya que una experiencia así, a la fuerza, tiene que marcar hasta la médula. Rael tiene que comprender a marchas forzadas que en la vida rige un libre albedrío y que el destino del ser humano depende de muchos factores que no se pueden controlar. Esta parte me ha recordado inevitablemente a la historia de El proceso, de Kafka, del que leí algunos trozos en la facultad. En ese caso el hombre acaba en la cárcel sin saber qué es lo que ha hecho y eso le atormenta a más no poder. Rael sabe perfectamente el motivo por el que está en la cárcel, pero aun así ese hecho no le sirve de consuelo. Mi conclusión es que no importa eso en absoluto, que el problema es que hay un inocente entre rejas que necesita salir para demostrar al mundo que él no ha hecho nada.
Si me viera mi profesor de Filosofía del Derecho llegando a esta conclusión me pondría el sobresaliente al que ni me acerqué cuando estaba en la Facultad. Pero sí… al menos ahora entiendo que me sirvió para algo. Aunque sea para saber que todo el mundo merece ser considerado inocente y que no sirve de nada tener entre rejas a alguien si el verdadero peligro todavía está acechando en la calle buscando nuevas víctimas.
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