En La mujer sin sepultura, Assia Djebar, la escritora argelina más importante del siglo XX y nominada al Premio Nobel en 2014, nos narra la vida de la heroína Zulija partisana de la guerra de independencia de Argelia. Zulija, natural de la ciudad de Cesarea, igual que Djebar, fue una mujer adelantada a su tiempo, quien luchó por ver a su país libre de la ocupación francesa, dejándose la vida en la causa, y sin rastro de su cuerpo.
Como sucede con tantas otras mujeres silenciadas de la Historia y especialmente con las mujeres que no provienen de países occidentales, jamás había oído hablar de Zulija. Decidí leerlo porque considero que todavía me queda mucho por aprender respecto a ciertos países en muchos aspectos y considero que podemos ponerle remedio leyendo e informándonos más sobre los mismos. Pues bien, cuando surgió la oportunidad de leer La mujer sin sepultura supe de inmediato que tenía que leerlo a pesar de que sospechaba que iba a resultar duro. Es un libro triste, sí. La autora nos cuenta la historia de Zulija de manera que en el presente libro confluyen diversos géneros como el novelístico, histórico y biográfico: intercala la narración de mujeres cercanas a la heroína como su tía Zora o su íntima amiga doña Lionne, quienes vivieron de cerca los hechos y conocieron en profundidad a Zulija. Las hijas de la misma, adultas en el momento presente de la narración y unas niñas cuando su madre fue ejecutada, guardan un gran protagonismo en la historia: Hania y Mina, quienes le narrarán la historia de su madre a la hija de unos antiguos vecinos quien acaba de volver a Cesarea después de muchos años viviendo en el extranjero. Las voces de las mujeres, su dolor, su recuerdo y su admiración hacia Zulija son el peso de la historia. La propia heroína aparecerá entre estas páginas: la autora le da voz a la misma, le da forma a los pensamientos de Zulija, de sus últimos momentos antes de morir, de su orgullo por haber sido la primera mujer árabe en la ciudad en haberse diplomado y en hablar fluidamente francés, del amor que le profesaba a sus hijos, en especial a su hija menor Mina. Lo que más me ha gustado es precisamente el hecho de que la historia de Zulija es contada por las mujeres que más la amaron, que la autora no narra los hechos como si se tratara de una simple biografía o crónica, sino que se encarga de contárnoslos desde la perspectiva de las mismas, desde el punto de vista de las oprimidas. De este modo, nos resulta mucho más sencillo imaginar aquello que la heroína debió haber pensado durante los momentos más tensos de la lucha, en los momentos de verdadero peligro. Por mi parte, debo decir que existe un tono lógicamente melancólico que acompaña toda la novela, pero el último capítulo narrado por Zulija durante su ejecución dirigido a su hija me pareció especialmente estremecedor.
Por lo tanto, recomendaría La mujer sin sepultura simplemente por el hecho de no olvidar a todas aquellas mujeres que se dejaron la vida por una causa en la que creían justa hasta el punto de arriesgar su integridad física, su dignidad, su familia y su vida entera. La recomiendo a aquellas personas que como yo, consideran que deben aprender mucho todavía sobre figuras de otras culturas y que deben ser urgentemente recuperadas del injusto olvido.