Las novelas de Jack London más memorables como Colmillo Blanco o La llamada de lo salvaje me marcaron de un modo especial por su fidedigno retrato de la vida bullente en la naturaleza y el profundo conocimiento sobre la condición humana. En ellas aprendí cómo puede llegar a ser la naturaleza, de una belleza inmensa que asusta cuando se torna inmisericorde y hostil, y que el hombre, como especie, alberga en su psicología sentimientos duros y degradantes y a su vez nobles y bondadosos. Es el modo de escribir de su autor lo que consigue acercar de esa manera tan fiel la vida y los instintos humanos. Él fue un escritor que vivió diversas experiencias que le ayudarían a crear sus relatos. Tanto de sus años enrolado en un barco pesquero, el tiempo que recorrió Estados Unidos en tren como vagabundo o por su aventura en busca de oro. Jack London es un fascinante retratista de la vida y en La Peste Escarlata vuelve a demostrarlo.
«Se aceleraba el ritmo cardíaco y aumentaba la temperatura corporal. Después aparecía la erupción escarlata, que se extendía como un reguero de pólvora por la cara y por el cuerpo…».
Así comenzaban los síntomas que padecieron los humanos en el año 2013. Sesenta años después, solo queda un superviviente de aquella epidemia, por aquel entonces un joven profesor universitario y ahora convertido en un viejo que intenta transmitir al final de su vida un poco de conocimiento de lo que ocurrió en aquella época. Son estos jóvenes niños nacidos tras la epidemia casi salvajes que desconocen el respeto y los conocimientos aprendidos en el pasado. Han nacido en una época hostil y decadente y como tales se están formando. El anciano intenta contarles lo que una vez existió intentando evitar que la degeneración inherente en esta nueva sociedad vaya a peor y cometa los mismos errores que el hombre ya cometió en su historia.
En la novela se trata por vez primera el género de novela catástrofe que dejaría su huella en autores como Cormac McCarthy en su obra La carretera o George R. Stewart en La tierra permanece. Como ocurre con estos títulos, La Peste Escarlata emplea el desastre de la epidemia como contexto para incidir en la fragilidad de la civilización, en cómo un suceso de tal importancia puede corromper a las futuras generaciones. El poder de Jack London para describir las situaciones que sucedieron durante la epidemia es impresionante. Consigue evocar unas escenas terroríficas y crueles del devastador avance de la peste y sus mortales consecuencias. No le basta con entrar en detalles físicos de la corrupción de los cuerpos, sino que se hace mucho más duro por el realismo con el que lo narra, por la rapidez con la que actúa ese virus y cómo ni tan siquiera les permitió un tiempo para poder encontrar una cura o explicación al devastador virus.
«Al llegar la Muerte Escarlata, el mundo se desmoronó absoluta e irreparablemente. Diez mil años de cultura y civilización se fueron en un abrir y cerrar de ojos, como espuma».
El tiempo presente, en el que el anciano superviviente de aquella tragedia narra los hechos, no es mucho mejor. Es en la forma de tratar al humano incivilizado en la que Jack London me deja con el cuerpo del revés. Tiene unos pasajes en los que los niños salvajes interrumpen el discurso del anciano donde se perciben esas consecuencias del desconocimiento y alejamiento de la vida civilizada. No muestran empatía por lo ocurrido, no lo han vivido.
En esta edición de Libros del zorro rojo acompañan a la novela una serie de ilustraciones del dibujante argentino Luis Scafati que ya trabajó en El gato negro, de Poe, y que le añaden a la historia una visión casi onírica de la muerte. Si la novela ya mencionada de La carretera consiguió hacerme una imagen bastante dura de las consecuencias de una catástrofe, la cual no requiere explicación lógica, ocurre y punto, en La Peste Escarlata sucede lo mismo; una novela corta que leí del tirón por su narración trepidante, su impactante y descriptivo discurso y la visión de una sociedad quebrada. Jack London ha conseguido, una vez más, que disfrute de una lectura impecable. De tantas cosas que realizó en su vida, escribir fue sin duda lo mejor que pudo regalarnos.