Reseña del libro “La Policía de la Memoria”, de Yoko Ogawa
Yoko Ogawa ha estado presente en nuestro territorio desde que se lanzó en 2008 La fórmula preferida del profesor, un éxito de crítica y público que dio lugar a la publicación paulatina de otras de sus novelas. Sin embargo, no fue hasta el año pasado cuando su trayectoria en Occidente llegó a un punto álgido gracias al título que hoy vengo a reseñar. Y es que La Policía de la Memoria causó furor en Estados Unidos cuando su traducción al inglés irrumpió en librerías. Nominada a premios como el National Book Award o el International Booker Prize, la novela no ha dejado de aparecer en todas las listas de lo mejor del año desde su publicación. Es ahora con la publicación en castellano por parte de Tusquets cuando se puede constatar que todo el fervor que despierta Ogawa es merecido. La novela, que originalmente fue publicada en japonés en 1994, ha madurado en el tiempo y ha mantenido la vigencia de su mensaje, haciéndolo hoy más pertinente si cabe. La extrañeza y la metafísica se unen en un relato con tintes distópicos para hablar del olvido. El ejercicio no podría ser más demoledor y pone en primer plano nuestras fragilidades como sociedad. Lo que Yoko Ogawa hace aquí es magistral y acaba recordando a las mejores novelas de José Saramago, aquellas en las que un hecho extraordinario sirve para alumbrar el terror más mundano y por ende el más peligroso.
La historia nos ubica en una isla donde existe un órgano regulador encargado de gestionar olvidos masivos en la población. Esta unidad llamada Policía de la Memoria tiene como fin que se lleve a cabo de forma efectiva dicha erradicación de objetos, animales o plantas, y todos los recuerdos asociados a estos. Nadie puede oponer resistencia. Nadie puede contradecir estos mandatos. Nuestra protagonista, una escritora que vive sola, ha presenciado la violencia implacable de estos agentes. Su padre, ornitólogo, lo perdió todo cuando la Policía decidió que los pájaros desaparecerían. Su madre, escultora, fue detenida por motivos de otra índole. Y es que en esta isla hay una disidencia involuntaria en aquellos que, por mucho que se esfuercen, no pueden olvidar. El relato de Ogawa avanza por derroteros mucho más complejos de los que a priori parece que va a tomar. Y con cada nueva capa, la historia de los que olvidan y los que no pueden hacerlo se entrelazan de un modo cada vez más significativo.
La autora japonesa no puede desligarse de la tradición literaria de su país y el texto está lleno de esa predisposición a la ausencia cuya levedad recubre cada una de sus oraciones. Es una historia cruda que refleja la dureza de los estados dictatoriales y de cómo la gente sigue viviendo su vida a pesar de encontrarse en unas circunstancias tan adversas. Pero frente a esta pesadilla que Ogawa ha creado, también nos ofrece unas escenas dignas de todo elogio. La suavidad con la que describe platos y alimentos, la importancia de la naturaleza y las reflexiones siempre pertinentes sobre cómo funciona el olvido o cómo seguimos recordando a pesar de nosotros mismos. Es un placer leerla. Y me sorprende que no hayamos elogiado mucho más sus novelas. Yoko Ogawa no es una primeriza en castellano. Sus novelas llevan ya un tiempo publicándose pero no recordaba que me gustara tanto leerla. Como si algo ajeno a mí me hubiese instado a olvidarla, a pesar de tener la capacidad para hilar el relato como una auténtica maestra de su profesión
Lo mejor que se puede decir del nuevo libro de Yoko Ogawa es que es una novela pertinente. Son muchas sus virtudes, que quede claro. Pero me quedo con esa forma de ser necesaria en un mundo de mordazas y de derechos recortados. De gente oculta en habitaciones secretas viendo pasar sus días e intentando hacerse invisibles ante una dictadura que los quiere fuera del sistema. Creo ciegamente que lo que define a la literatura universal es su capacidad para empatizar. En su poder para hacerte sentir que el relato gira entorno a ti y tu historia, incluso cuando la novela en cuestión fue escrita en Japón hace más de veinte años. Lo atemporal en La Policía de la Memoria es un mecanismo que crea un determinado ambiente, pero también ayuda a universalizar lo que cuenta. Este libro narra la historia de mi abuelo, disidente de otro régimen. También narra las últimas fechorías políticas de nuestro país. Pero también habla de la capacidad que ha estado desarrollando mi madre en los últimos años para olvidar en contra de su voluntad. No alcanzo a entender bien la habilidad de Ogawa para hablar de temas como metafísica y mecanismos del poder con una profundidad que no se vuelve contraproducente para el relato. Es talento, estoy seguro. Y es literatura universal. Conviene no olvidar esto.