Decía un tal Borges que una saga era una narración en prosa, normalmente de autor desconocido, escrita entre los siglos XIII y XIV, que plasmaba relatos que tradicionalmente se comunicaban oralmente de hechos y personas que vivieron dos o tres siglos antes.
Dicho esto empezaré por el principio. Aunque mejor no. Empezaré por el final, ¡qué demonios! Y lo haré así porque a modo de epílogo tenemos una Nota del traductor que podría haber servido perfectamente como prólogo o introducción. Una Nota del traductor de las mejores con las que me haya topado nunca, pues explica de forma clara, amena y concisa el modo de vida de las personas que vivían en los tiempos y lugares de los que se nos habla en este libro, y crea un marco de referencia en el que situarnos, un contexto para una mejor comprensión o, mejor dicho, para una mayor profundidad de esa comprensión de lo que se acaba de leer. Porque, y el propio traductor, Enrique Bernárdez, lo dice, aunque “no hace falta que todo encaje en un esquema estable, este relato es algo caótico”.
Y es verdad, es muy caótico. Diría que además, la forma literaria recuerda mucho a los libros de El señor de los anillos y que los nombres de lugares recuerdan a Juego de Tronos. Lo primero porque cada vez que se nos presenta a alguien se echa a mano de su árbol genealógico (Eirík casó entonces con Pjódhild, hija de Jörund, hijo de Úlf y de Porbjörg pechos de barco, que entonces estaba casada con Porbjörn el de Valle de Halcones). Para lo segundo, valgan de ejemplo topónimos como Desguadero de la Cuerna, Cabañas de los Juegos, Hacienda de Bordas Anchas, Paridero de Ballenas, Ladera de Aguas Caldas…
Por si fuera poco hay nombres que se repiten bastante y otros que se parecen casi en todo salvo en la última letra (Porbjörg, Porbjörn…) ¿Una delicia destrozamentes, eh?
Y alguno pensará: “Joder, pues sí que lo están poniendo bonito”. ¡Pues por Odín que a eso digo que sí! Las cosas como son, pero lo cierto es que todo eso es parte del encanto. Hay que tener en cuenta, repito, que esta saga islandesa (y aclaro que, tras las Eddas, el conjunto de las Sagas son los textos de mayor relevancia de la Edad Media en los países nórdicos) recoge la tradición oral de unos hechos, batallas, recuerdos, mitos,… ocurridos trescientos años después de que ocurrieran, por lo que es normal que el contenido nos haya llegado algo alterado o viciado. Pero es que aún así mola. Hay que imaginarse a Kikiriki Douglas, Ragnar Lothbrok y a otros rudos vikingos reunidos en torno a un fuego contando estas historias de sus antepasados (ligándolos a lugares y personas que les sean familiares y/o conocidos para reconocerse como parte de su Historia) descubriendo Groenlandia y colonizándola y más tarde, alrededor del año 1000, llegando antes que Colón a Vinlandia (algún lugar de la costa de Norteamérica, ¿Terranova?), de donde tuvieron que irse debido a la beligerancia de los indígenas.
Por otra parte, La saga de Eirík el Rojo es un texto ilustrativo acerca de la cultura vikinga, de la convivencia de paganismo y cristianismo y de sus frutos (¿zombis y aparecidos?)
El estilo es algo básico, como un cuento sin diálogos, sin apenas descripciones (cosa que agradezco), que hacen que la lectura tenga un ritmo ágil.
Y no puedo dejar de mencionar que esta edición, en formato de bolsillo con tapa dura, está preciosamente ilustrado con obras de mi admirado Fernando Vicente y que se nota que la gente de Nórdica ha puesto mucho cuidado y mimo para dar al lector un documento ilustrativo y educativo de valor excepcional de la mejor de las maneras.
La saga de Eirík el Rojo constituye un gran entretenimiento en muchísimos sentidos y no puede faltar en la biblioteca de ningún aficionado del mundo escandinavo. O de los clásicos en general. Porque no todo fue Grecia y Roma. Hubo mucho más, y merece la pena conocerlo.
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