Tengo que hablar sobre un concepto levemente nostálgico antes de entrar de lleno en el libro, y es ese en el que, cuando eras un niño y, por ejemplo, subías a un autocar con tus compañeros, si alguien había emitido un gas trasero y bajo y tú eras el primero en decirlo – que no en percatarte – siempre se escuchaba aquello de «quien primero lo huele debajo lo tiene». También estaba la otra de «ha sido quien tenga las manos rojas». Si mirabas estabas perdido. Y mirabas. Pues más o menos sobre esta idea tan poco filosófica – ¿o sí?- discurre la novena publicación de los Nuevos Cuadernos Anagrama, con la firma de David Trueba y el título de La tiranía sin tiranos. Veamos, entonces, por qué digo esto.
Pues, básicamente, porque el sonrojo y la pizca de humillación que sentías en aquellos momentos de niño es lo que sientes ahora tras leer este “libro”. Que no tiene nada que ver con lo que he contado, por cierto. Trueba, de forma suave, sosegada e incluso podría decir que delicada, va humillándote palabra tras palabra hasta llegar a un punto en que cierras el libro y dices, ¿por qué lo compré si el malo he acabado siendo yo? Y la de veces que pasa eso con la literatura, ¿a qué sí? Y repetimos, siempre repetimos. Porque el yo en realidad es un nosotros. Y el nosotros es todos.
La tiranía sin tiranos está formado por una serie de ensayos, unidos todos entre sí temáticamente, en los que David Trueba ahonda en las carencias de una sociedad como la nuestra. Con el foco puesto en nuestro país, pequeña muestra de un carácter universal, Trueba es capaz de hacer aflorar nuestros defectos – que no soy capaz de decir que no sean lo mejor de nosotros – y dejarlos impresos en un librito que podemos llevar siempre encima por si acaso, algún día, sentimos que somos algo, que somos alguien. No, por favor, no lo hagas.
Y te pido que no lo hagas porque hay mucha basura dejada atrás por nosotros mismos como para hacerlo. Basura que puede tener cuerpo y no. Porque el egoísmo exacerbado, el individualismo extremo, la falsa ternura, la hipocresía social y colectiva, el ansia por lo rápido y lo ya también son basura. Estamos rodeados de basura espacial, que no especial. Nada lo es.
La tiranía sin tiranos habla de la ciudad como colmena contaminada y contaminante, la sociedad como comunidad de yoes – tal y como decía uno de los grandes filósofos -, la poca necesidad ya de los intermediarios, el autoritarismo de la red social, la dictadura de las costumbres. Todos estos temas, creedme, en menos de 100 páginas dentro de un librito de bolsillo, de bolsillo real. Nunca llegaré al nivel, lo sé, de aquellas personas que entienden lo que sienten, con lo cual debo decir que nunca comprenderé por qué nos gusta tanto leer libros que nos digan lo que no en vez de lo que sí. Quizá sea, no sé, que los libros no los escogemos nosotros aunque pensemos que sí, que vienen solos, que se ponen ellos entre nuestras manos, que eligen ellos el momento en que hablarnos, las palabras que decirnos, el aviso que darnos. Quizá sea lo que dice Trueba por el final del libro, que «no se trata de añorar el vientre materno, vivir consiste en nacer cada día, en salir a la luz cada mañana y enfrentarse a todos los miedos. En romper el cascarón. En renacer».
Y tú, ¿ya has pensado en quién eres hoy? Yo, por culpa de un libro – alabados sean -, sí. Vamos, cómpratelo. Conmigo ha sido este.