Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Van Gogh, Rembrandt, Monet, Picasso… Los nombres propios de la Historia del Arte se escriben en género masculino. Si le preguntamos a cualquier persona de a pie el nombre de alguna pintora famosa, lo más probable es que no sepa decir ninguno. Y es que, parece que las mujeres empezaron a pintar hace dos días. ¿Antes? Su papel se limitaba al de musas o modelos en las obras de los grandes pintores masculinos que todos conocemos. Las mujeres no empiezan a formar parte y ser reconocidas de manera oficial en el mundo del arte hasta el siglo XIX, en el que algunos autores como Monet o Manet, las aceptan como pupilas en sus talleres de arte, y empiezan a sonar nombres como el de Berthe Morisot. Anteriormente, las autoras dependían del beneplácito de los hombres para darse a conocer y su única opción era ser hijas o esposas de un pintor o un académico. No obstante, aún hoy, las mujeres siguen siendo las grandes ausentes de los libros de texto de la Historia del Arte y, si salen, es en un capítulo que agrupa los nombres más importantes, pero no figuran como nombres propios al igual que los hombres en los capítulos dedicados a cada siglo o movimiento artístico.
La mayoría de los cuadros pintados por mujeres permanecen en el anonimato y los que están firmados por ellas son considerados de menor categoría que los firmados por los hombres. Esta realidad se pone de manifiesto en la “La última pintura de Sara de Vos”, de Dominic Smith. El autor australiano nos introduce en el papel que ha jugado la mujer en el mundo del arte mediante la figura ficticia de Sara de Vos, una pintora holandesa ubicada en Ámsterdam en el siglo XVII, y que, como muchas pintoras reales que sí existieron, estaba limitada por su género a pintar los temas que se consideraban adecuados para una mujer: retratos, interiores y, especialmente, bodegones; ya que no podían practicar dibujo al natural (con un modelo desnudo) ni pintar paisajes al aire libre.
“La última pintura de Sara de Vos” se mueve en tres planos cronológicos: Ámsterdam, 1631, Sara de Vos, es la primera mujer admitida en la Guilda de San Lucas y, a pesar de las restricciones temáticas, tras un trágico suceso en su vida, pinta la imagen de una niña en un bosque nevado; Nueva York, 1957, la única obra que ha sobrevivido de Sara de Vos, “En el linde de un bosque”, cuelga de la pared del cuarto de Marty de Groot, un prestigioso y adinerado abogado de Manhattan, que no sospecha que Ellie Shipley, una joven estudiante de arte, ha sido contratada para realizar una falsificación de dicho cuadro; Sidney, 2000, la joven estudiante es ahora una reconocida historiadora y comisaria de arte en su país de origen, que ve peligrar la vida profesional que tanto esfuerzo le ha costado forjar, cuando descubre que los dos cuadros de Sara de Vos, el original y la falsificación que ella pintó en su juventud, viajan hacia Australia para formar parte de la exposición dedicada a las pintoras del Siglo de Oro holandés que está organizando.
Dominic Smith, por lo tanto, profundiza también en el rol desempeñado por la mujer en una sociedad que no le permite desarrollarse más allá del ámbito doméstico. Se ve el cambio producido durante el tiempo: su casi total anulación en el siglo XVII, las dificultades que aún padece en los años 50, y la gran evolución sufrida en pos de la igualdad en el año 2000. Utilizando el cuadro pintado por Sara de Vos como eje para entrecruzar los tres planos temporales que narra, el autor, también aborda el impacto que el arte, un determinado cuadro, puede tener en la vida de varias personas de tiempos y lugares diferentes. Pero no sólo nos narra a la perfección como funciona el mundo del arte a través de un gran y preciso trabajo de documentación, sino que aborda temas tan dispares como la superación de la perdida de un hijo o la imposibilidad de traer uno al mundo, el ocaso de un matrimonio y la emoción de un nuevo amor, la aceptación de la vejez y de la muerte, las luces y sombras que todo ser humano posee y, especialmente, la ética profesional y personal. Como dice el propio autor, el libro habla de la falsificación física, pero también de la moral, ¿cuál es más nociva?
Detrás de “La última pintura de Sara de Vos” también hay un gran trabajo en el desarrollo de los personajes. A pesar de los continuos saltos en el tiempo y de protagonista que se producen en cada capítulo, Dominic, profundiza magistralmente en el alma de cada uno de los personajes. Y aunque, al principio, pueda parecer que lo hace más en el caso de Ellie y de Marty, ya que aparecen en más capítulos y los conocemos en dos fechas distintas; cabe destacar el retrato que hace de Sara de Vos, que también está perfectamente perfilada debido tanto a sus propios capítulos, como a su obra y a lo que los otros personajes hablan de ella siglos después.
Otro de los puntos remarcables de la novela, es la manera en la que el escritor nos presenta las desigualdades sociales, a través de los diferentes estilos de vida de los personajes. La más absoluta ruina y pobreza, representada en la vida de Sara de Vos y su marido en el siglo XVII, o en la vida de Ellie Shipley en los años 50, una joven estudiante que se ve obligada a realizar trabajos ilegales para mantenerse y para abrirse un hueco en su profesión; se contraponen a la riqueza y la comodidad de la vida de Marty de Groot, en la que abundan las fiestas en su casa de Manhattan, llena de preciadas obras de arte, con lo más granado de la sociedad neoyorkina.
Aunque en el libro se trate este amplio abanico de temas, Dominic Smith, lo hace de un modo tan natural y cohesionado, que en vez de resultar una mezcolanza difícil de digerir, que en determinados momentos nos podría incluso llegar a sacar del libro, es todo lo lo contrario. Todo rema y viaja en una misma dirección para presentarnos una historia armoniosa, franca y conmovedora que lees casi sin darte cuenta, gracias a una prosa muy visual, detallada y preciosista, que en su pluma parece fácil, pero que no lo es en absoluto.
Cada capítulo, cada escena que nos narra, parece un cuadro gracias al detalle con que el autor lo describe. Y es que, “La última pintura de Sara de Vos”, es como un cuadro pintado con una vasta combinación de trazos de distintos grosores y materiales, que si te acercas demasiado eres capaz de distinguir, pero que al alejarte y abarcar de un único vistazo, te permite advertir una pieza armoniosa, completa y perfecta.
Al igual que los árboles, los cuadros han respirado el aire que los rodeaba y ahora exhalan parte de los átomos y las moléculas de sus anteriores propietarios.
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