Corría 2009 cuando una noticia estremeció al mundo. Lo sé, lo sé; usar el verbo estremecer es algo exagerado. En realidad ni siquiera fue una noticia de esas de las que a final de año, al hacer balance, se cuelan en el top diez. Ni en el veinte. Puede que sí en Cuarto Milenio, desde luego, ahí sí. Pero en prensa generalista, solo si la noticia hubiera sido en verano se le hubiera dado un mayor seguimiento. El caso es que la imagen de la noticia, al menos a mí, se me quedó grabada y la usé encantado para mi libro, Valeria.
Decía que corría marzo de ese año cuando se encontraron los restos de una “vampira” en Venecia con un ladrillo encajado entre las mandíbulas. Era la “primera vez que se reconstruía el ritual de exorcismo de un vampiro”. Todos sabemos de sobra la cantidad de veces que en tiempos de plagas se desenterraban cuerpos y, al no comprender el fenómeno de la descomposición de los cadáveres y comprobar que estos se veían hinchados, con cabello y uñas creciendo, con sangre saliéndoles de boca y ojos… automáticamente se asociaban estos signos con la evidencia de estar ante alguien que seguía vivo cuando debía estar muerto: un chupasangre que, a la caída del sol, abandonaba su cómodo ataúd y se dedicaba a alimentarse de familiares y vecinos y extendía la plaga de turno.
Pues esta es la premisa del libro. El descubrimiento en una fosa común, –en una cripta oculta tras los huesos de los apestados–, del cuerpo de una mujer que fue cruelmente torturada siglos atrás es algo que no acaba de cuadrar. No se entiende tal crueldad (el ladrillo se le encajó antes de morir, no después, que era lo normal), ni el hecho de que si se la consideraba “vampira” y, por lo tanto, una criatura infernal, esté enterrada en lugar santo. Como tampoco que los apestados hubieran sido enterrados en lugar de quemados, como era lo habitual para evitar la propagación de la plaga. ¿Por qué? ¿Por qué? Demasiados interrogantes que Maurizio Roncalli, el alumno más aventajado del profesor a cargo de la expedición arqueológica, no podrá pasar por alto aunque le cueste la cordura o incluso la vida. Y, como siempre, cuando hay alguien empeñado en descubrir alguna verdad, hay alguien también empeñado en que esta siga oculta…
Para contarnos esta historia, Fernández Bueno va a tirar con astucia de ficción y realidad. Partiendo del hecho cierto y verídico del descubrimiento del cuerpo va a jugar con el folclore típico eslavo y la mitología vampírica y, a través de unos antiguos diarios del siglo XVIII, cual moderno Stoker, va a dar los toques de atmósfera gótica que un libro de esta clase precisa permitiéndonos viajar al pasado para comprender y encauzar parte de la investigación.
Vampiros lo que se dice vampiros los hay, pero más en su vertiente más legendaria. Esa que puebla las supersticiones. Esa en la que se puede leer, por poner un ejemplo, “asegura el viejo capitán que sus soldados están convencidos de que regresa de la tumba para atacarlos, no como humano sino como una criatura a la que aquí denominan strigue”. Es esta una parte del libro que tiene ese regusto clásico que tanto me gusta porque, aparte de dotar a la novela de veracidad, te mueve por terreno conocido, incluso se puede decir que histórico, y, además, va a ser pieza fundamental para unir las piezas de este misterio y también, no lo he comentado todavía, para resolver el propio misterio de nuestro protagonista y comprometer a la siempre metomentodo Iglesia.
La vampira de Venecia, (o El vampiro de Silesia, que es como ya lo había conocido anteriormente en Minotauro) es un libro muy bien desarrollado, en el que el autor va dosificando la información en el momento oportuno, con un lenguaje claro, un ritmo ágil y una trama que engancha y entretiene. Tal vez, echaría en falta algún momento de humor; Roncalli es demasiado serio casi durante todo el relato y no vendría mal relajar la tensión con alguna gracieta.
En resumen, La vampira de Venecia es un libro que se lee con ganas, un libro en el que se nota la gran tarea de documentación y el tiempo dedicado a ella, y se agradece que el tratamiento dado a la figura mítica de un icono del terror como lo es el del vampiro, sea tratado con el respeto que merece.
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