En los telediarios de TVE destaca por su particular manera de enfocar la noticia. Apenas tiene un minuto y medio para informar de aquello que tanto le gusta, pero es más que suficiente para que, mientras todos estamos pendientes de nuestro plato de comida y de discutir con algún familiar sobre la noticia anterior de política, o de violencia, o de fútbol, triada que denota prácticamente lo mismo, levantemos la mirada al escuchar su voz. Es una narración cercana, sencilla y poética. Y pausada; deja las palabras levitando como si esperase inspiración para las siguientes, pero en realidad, ya las tiene pensadas, tan solo deja que paseen por nuestra conciencia. Sus reportajes de cultura con su peculiar punto de mira son los que le han hecho distinguirse en los medios de comunicación. También es la voz de las retransmisiones de los Oscar y, según estoy observando, ya ha creado escuela en algún que otro periodista deportivo que, como él en sus orígenes, intenta culturizar y darle un toque más interesante al aburrido reportaje de deportes. Se trata del periodista Carlos del Amor, autor de, hasta ahora, tres novelas, El año sin verano (Espasa, 2015), Confabulación (Espasa, 2017) y su obra debut de la que voy a hablar La vida a veces.
El título lo extrajo de un poema de Gil de Biedma que incluye en la primera página. Propio de su estilo de narrador poético, su primera obra va a ofrecer su faceta más personal en cuanto a lo que mejor sabe hacer, contar historias. Pero no serán historias grandilocuentes, de gigantes figuras artísticas que nos han legado su creación, sino, y por recurrir a otra referencia literaria que tanto le gusta a él, va a abordar la intrahistoria que ya nos enseñó Unamuno, historias de personas invisibles de vidas tradicionales muy visibles. Los decorados, bien conocidos por todos, aeropuertos, cines, un autobús y personas cuyas vidas podrían ser la tuya y podría ser la mía. Y en ocasiones, por el cariño y mimo con el que escribe casi como si hablara de sus recuerdos de niñez, creo que también la suya. Son relatos de situaciones ordinarias de gente que, al pasar al papel y formar parte de un libro, se convierte en extraordinaria.
Destaca, para mi gusto, el relato «El cine». Como no podría ser de otra forma, Carlos del Amor ofrece su visión más romántica sobre el séptimo arte. La semejanza con la película de Guiseppe Tornatore Cinema Paradiso no es gratuita. Tanto en el film italiano como en el relato de Carlos, el amor (valga este calambur para jugar entre el sustantivo y su apellido) por el cine está patente en cada palabra. En Almedina, todos los domingos sus habitantes se visten de gala para ir juntos al cinematógrafo. Están deseando que llegue ese día para poder disfrutar del arte brujo que les hechiza durante la proyección. Clark Gable, Rita Hayworth o James Stewart visitaban Almedina a través de la pantalla que proyectaban los rollos de película que se encargaba de traer Jenaro desde un cine de la capital gracias a un amigo suyo que allí trabajaba y se los conseguía. Domingo a domingo, Jenaro partía con su furgoneta hacia la ciudad de Madrid en busca de nuevas películas. Mientras, todos los habitantes esperaban deseosos para poder disfrutar de otra sesión de cine. Puntual a su cita llegaba para proyectar Rebeca, Historias de Filadelfia o Gilda. Jaime, apenas un niño cuando Jenaro proyectaba esas películas, siempre quedaba petrificado por el embrujo de ese arte. Se preguntaba si realmente los personajes de las películas morían de verdad y si era así, cómo era posible verles después interpretando en otras películas.
Uno de los domingos, Jenaro trajo el semblante serio y la triste noticia a los habitantes de su pueblo: su amigo y distribuidor de películas había muerto y ya no podría conseguir traer más rollos. Los domingos perdieron su esencia, su vitalidad. La sala de cine fue convertida en otro local y dejaron de proyectarse películas en Almedina. Pero, ¿qué fue del pequeño Jaime?
Historias pequeñas de gente pequeña, que se van haciendo grandes a medida que pasan las páginas de este La vida a veces. Diferentes relatos en muy diversas situaciones que se leen casi con el timbre de su autor, como si fuera otro de sus reportajes del telediario. La vida a veces une realidad y ficción. Y a veces sucede eso, que la vida es tan poco y tan intensa. La vida a veces es la mayor de las aventuras.
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