Una buena historia es aquella en la que todos los elementos que la componen se complementan entre sí con precisión como el engranaje de un reloj. Cada pieza forma parte de un todo en el que si una de ellas erra el conjunto queda inservible. En literatura, el desarrollo del argumento, su discurso narrativo, la elaboración, crecimiento y actos de los personajes, el lenguaje empleado y la estructura de la obra deben estar cohesionadas. Deben ser un útil para que la historia funcione. Jordi Sierra i Fabra ha escrito una de esas novelas. La última de su prolífica trayectoria, Las palabras heridas.
Como lector treintañero puedo decir que me forjé en el mundo de la literatura a través de las novelas juveniles de Sierra i Fabra. Algunas de ellas se me quedaron más grabadas que otras, puede que por el momento justo en el que las leyera o bien porque pudiese sentir cierta afinidad con algunos de sus personajes. Uno de ellos, Ventura, el chico que soñaba con Hendrix o Kurt Cobain en Nunca seremos estrellas del rock todavía sigue vibrando en ese rincón que reservamos en nuestro cerebro (¿o puede que sea en el corazón, refugio para los sentimientos más románticos?). Sea como fuere, Sierra i Fabra tiene en sus novelas una serie de elementos que se enlazan con soltura, con inusitada facilidad, y llenan unas páginas de lectura excelente.
Uno de los libros de cabecera que suelo siempre revisar es La página escrita, un elaborado trabajo autobiográfico sobre su obra y su modo de escribir. La vastedad de su trabajo que incluye novelas, relatos, artículos musicales y acumula unos cuantos premios literarios, parecen casi al alcance de todos en las palabras que desgrana en ese libro. No es un manual de cómo hacerte escritor, es un diario de cómo lo hace él y, si quieres, puedes llegar a hacer tú mismo. En la novela que acontece, Las palabras heridas, se percibe toda esa sencillez que desarrolla, toda su forma de crear una novela. Todo aquello que empieza con un guión bien revisado, una historia corta con un tema atractivo y dejar que las palabras rellenen el guión ya escrito. No es necesaria la limpieza si la historia ha sido bien preconcebida. El resultado, una novela fácil, ligera, agradable y, como ya dije al principio, que funciona con precisión de reloj.
La novela cuenta la dura historia sobre la dictadura que sufre un país de Asia. Un joven soldado de apenas dieciocho años creció con la dictadura instaurada, por tanto, no recuerda cómo era el mundo anterior. Sin embargo, los presos de los que es responsable en la cárcel, sí. Todos ellos están encerrados, son torturados y castigados por sus ideales liberales. Privados de libertad por defender la democracia, por amar la poesía, por negarse al régimen. Uno de los presos, el número 139, fue un antiguo profesor que mantendrá una cercana relación con el joven soldado. En las cartas que les permiten escribir a sus familiares, el soldado se encarga de censurar aquellas frases o palabras que se consideran contrarias al régimen. Cartas dirigidas a la mujer del preso. Cartas de amor. Poesía. Palabras llenas de sentimientos. El joven soldado aprenderá en esas palabras heridas una lección que le hará replantearse todo aquello en lo que le han obligado a creer, todo aquello que le han hecho pensar o sentir. Podrán borrar las palabras, le dirá el preso, pero jamás podrán obviar el ideal. Y en ese ideal el joven soldado encontrará la verdad.
Una historia de carácter moralizante en el que Sierra i Fabra vuelca la importancia de permitir aprender de los maestros, de abrir la mente a diferentes opciones que coexisten en el mundo. Sin duda, una lectura corta que en su sencillez reside una idea muy intensa y veraz. Unas palabras heridas sí, pero que al leerlas sanan.