Reseña del cómic “Las tres heridas de Miguel Hernández”, de Carles Esquembre
31 años son muy pocos para morir. Pues es la edad que tenía el poeta Miguel Hernández hace 80 años cuando terminó sus días en la cárcel. Como dice Carmen Alemany en el prólogo esta novela gráfica de Carles Esquembre ofrece “una imagen del poeta muy personal que seducirá y deslumbrará a todos aquellos que conocen los versos y las circunstancias que rodearon al escritor”. El título es un guiño a su poema “Llegó con tres heridas”, y así está ordenado el cómic. Comienza con el asombro ante la vida, sigue por el descubrimiento del amor y finaliza con la muerte.
Las tres heridas de Miguel Hernández son los ejes de coordenadas sobre los que puedes dibujar tu vida y la de todos los seres humanos. Eros y Tánatos sostienen la Bio, son sus vectores, los motores de acción que enmarcan cualquier biografía. En el caso del poeta, la sensualidad y sexualidad la encarna una mujer libre, Maruja Mallo. La vida, en sus orígenes en Orihuela, está atravesada por la Iglesia y Ramón Sijé, en paralelo a su labor como pastor en una familia opresora y violenta. Por último, el final de su corta vida se mueve entre la creación poética, el compromiso político y las represalias que le costarían la vida.
Nada nuevo en el horizonte. Tampoco se pretende. Lo que aporta esta novela gráfica es el marco y el punto de vista, como en esa relación de amor-odio con otro gran poeta, Lorca, pero de otra clase social, que parece habitar un mundo distinto. Y esa determinación con la que Miguel Hernández insiste en publicar y en escribir, con todo en su contra. Pero es que es su pasión, su vocación, está llamado a relacionarse con el mundo en verso, como en sus preciosas Nanas de la cebolla, trágicamente dedicadas a su esposa Josefina que con su criatura vive en la miseria, mientras que él está en prisión. “Escarcha de tus días y de mis noches, hambre y cebolla, hielo negro y escarcha, grande y redonda”.
Pero es necesario publicar y leer cómics como Las tres heridas de Miguel Hernández en unos tiempos sin atención y sin memoria, donde progresivamente parece que se olvida de donde venimos, y no me refiero al principio de los tiempos, sino a la historia totalitaria y con guerra civil de hace menos de un siglo. Entre viñetas en blanco y negro, con claros y sombra como toda vida humana y toda historia nacional, surgen bellísimas y siniestras imágenes que entrelazan lo más crudo de la realidad con las metáforas de la poesía. Como esas lunas propias también de Lorca o esos pezones derramando leche.
Los pueblos de esa España, la tierra que recorrían las Misiones Pedagógicas de La Barraca, los cafés literarios, la flora y la fauna que tan bien conoce el poeta, todo conforma el universo de Las tres heridas de Miguel Hernández. Tanto la escritura como el dibujo se sumerge en las “viscosidades”, como dice Carles Esquembre, partiendo del verso del poeta: “mi sangre cae a diario hacia dentro, derramándose hacia donde nadie la ve”. Una de sus obras más famosas, “El rayo que no cesa” se lo dedicó a Josefina, la madre de su hijo. Como con otros y otras, cuyas vidas fueron sesgadas antes de tiempo, siempre quedará la pregunta sobre qué habrían escrito si sus heridas siguieran siendo fuentes de una creatividad “que no cesa”.