Libros educativos para descubrir el mundo 24
Que los niños aprenden rápido todos lo sabemos – y si no lo sabéis, no hay más que ver a mi sobrino que cada día me aparece con una cosa nueva y mi cara es del más absoluto asombro -. Pero que ellos aprendan por sus propios medios, no quiere decir que no podamos enseñarles nosotros algo a través de, cómo no, los libros. Los libros educativos, para mí, son de las mejores cosas que se han inventado para poder enseñarles el mundo a los más pequeños. Además, hoy en día se hacen cantidad de cosas que nosotros, como adultos, no teníamos a sus edades y yo me quedo maravillado por ello y, por qué no decirlo, agradecido, porque cuando abro un libro, muchas veces, me quedo estupefacto al ver que a alguien se le ha ocurrido lo que yo llevaba mucho tiempo pensando. Así que toca abrir la primera página y empezar. ¿Preparados?
Cuando empecé la andadura de ser tío, había muchas cosas que tenía que hacer aprender a mi sobrino en todas aquellas veces que me tocaba cuidarle. Una de ellas, sin duda alguna, era enseñarle el camino para irse a la cama. Él es muy movido y era imposible convencerle para que se acercara a la cama porque él lo veía como el momento en el que se le acababa el juego. Pero apareció ¡A la cama, Hipo!, y junto a algún que otro truco mío fue coser y cantar. Abriendo este libro descubrimos que la cama no era un parón en el tiempo sino que era, simplemente, un momento para descansar y para poder seguir jugando cuando los ojos se abrieran y el día inundara la casa de nuevo. Así que la misión estaba cumplida, aunque eso sí, a la mañana siguiente nos tocaba jugar con energías renovadas, con lo que eso significa para los niños, y para, sobre todo, los riñones de los adultos.
A medida que fue creciendo, fueron interesándole otras cosas, y entre ellas estaban las letras. Siempre que veía un libro y se lo leía – y han sido unas cuantas, creedme – me preguntaba qué letras era esa, por qué se llamaba así, que tenía una forma rara pero que sonaba muy bien. Así que yo, en uno de esos alardes que a veces me dan de buen raciocinio, cogí Abececirco y comencé a leer con él algunas de las letras que vienen junto con historietas propias del circo que a él tanto le gustan. Porque hay que entender que, siempre, aprender para ellos es un juego y qué mejor forma de hacerlo que unirlo a un elemento que les encante. A mi sobrino le apasiona el circo. Fue a verlo un día y ya quería quedarse a vivir con los animales, los payasos, los acróbatas, y todo el elenco de artistas que había bajo la carpa. Así que imaginaos cuando pudo aprender las letras de otra forma viendo, por ejemplo, a los malabaristas o elefantes. ¡Todo un acierto!
Pero el tiempo pasaba y trajo consigo una sorpresa para él. Una hermanita. Así que ahora ya somos dos sobrinos y un sólo tío que lidiar con ellos – y yo encantado, para qué negarlo -. Así que como era de esperar pasaron dos cosas bien distintas. La primera tiene que ver con ¿Cómo se hace un bebé?, que es una de esas preguntas que te hacen a veces los niños y ante la que no sabes muy bien por dónde tirar. Lo importante en estos casos, he descubierto, es que no cunda el pánico. Lo segundo, es abrir este libro que explica el proceso de una forma tan natural, tan perfecta, que mi sobrino se me quedó mirando, después se quedó mirando a la recién nacida, y se acercó rápido para darle un beso y para decirle cuánto te quiero – y ahí es cuando a los mayores empezó a caérsenos la baba y a adorar más si cabía al pequeño, que ahora también era el más grande, de la casa -.
La segunda fue ese arrebato de pequeños celos que los niños sienten a veces cuando llega un desconocido a casa. Al fin y al cabo, es bajarles del trono de rey de la casa. Pero aquí también es importante que no cunda el pánico y que expliquemos de la mejor forma posible, lo que implica tener un hermano o hermana para que puedan entenderlo. Así que imaginad lo que hice. Abrí Laura tiene un hermanito y le explicamos entre todos que aunque su hermana necesitara más cuidados, eso no implicaba que no tuviéramos tiempo para él, porque aunque ella no pudiera valerse por sí misma y la tuviéramos que coger en brazos, cambiarla, y todos los largos etcéteras, siempre tendríamos tiempo para jugar con él, para quererle, y para leerle cuentos como el que le acabábamos de leer. Porque seguía siendo igual de importante para todos nosotros.