Me gusta cuando un escritor esconde secretos. Es algo casi primigenio. No dar por sentado lo obvio. Localizar la falsedad en el texto. Deducir qué personaje está mintiendo. ¿Por qué nadie menciona la puerta que todos se empeñan en ignorar? Hay algo ilícito y placentero en el pacto tácito que llevan a cabo todos los personajes para no hablar de ciertos temas delante del lector. Gracias a los dioses tenemos entre nosotros a escritoras como Helen Oyeyemi. Cada vez que me he enfrentado a sus textos he acabado exhausto. Y no precisamente porque sea la suya una pluma difícil, sino por lo elusiva y líquida que acaba volviéndose. Siempre acabo girando la cabeza en cada página como si me estuviera perdiendo algo en la ventana del piso de enfrente. Todo está lleno de interconexiones. Hay referencias que no se entienden hasta mucho después. Es como si fuera necesario obtener el C1 de Oyeyemi para entender el idioma que ella ha creado. Y no, no es nada fortuito. No es el azar el que ha convertido a esta escritora inglesa en una hacedora de enigmas. Todo es premeditado. No en vano, estas historias están llenas de sociedades secretas y de puertas bloqueadas bajo llaves de las más diversas formas. Ya desde el título nos lo deja bien claro. No todo te pertenece. Ni siquiera los relatos que componen Lo que no es tuyo no es tuyo.
Tras haber leído El señor Fox (Acantilado, 2013) y Boy, Snow, Bird (Acantilado, 2016), las dos novelas que preceden a esta colección de relatos, ya sabía a qué atenerme. No seré yo quien etiquete a Oyeyemi de nada, pero estaba preparado para la fantasmagoría y las trampas feéricas propias de su literatura. Y no me defraudó. Hay hechizos que se vuelven contra aquellos que los lanzan, hay castigos ejemplares y abusos de poder. Son relatos que refuerzan el universo de la autora de una forma alocada y desmedida. Los personajes no se están quietos y no sólo protagonizan sus propias historias sino que cruzan umbrales a otros cuentos. Se pasean delante del lector con poco disimulo y se disfrazan de secundarios en otros relatos del libro. Hay algo misterioso en la técnica de Oyeyemi. No acaba de controlar del todo los designios de sus personajes y nos informa de forma espontánea sobre el paradero actual de esa chica que conocimos hace dos relatos. Esto nos lleva a pensar que la mayor parte de estos personajes conviven en una misma realidad, pero a veces hay dobleces en esa interpretación. ¿No seremos también nosotros personajes de una obra mayor? Y no me refiero en los términos borgianos, sino más bien como la trampa de un cuento de hadas donde todo el mundo sale mal parado por haber cruzado la puerta que no tocaba.
Cada vez que me encuentro ante una colección de relatos, suele haber uno o dos que soportan el peso de los demás. Un relato que me despierta suspicacias y envidia a partes iguales. ¿Cómo lo habrá hecho? ¿Por qué funciona tan bien? ¿Qué cuenta y qué no cuenta para que el lector acabe hipnotizado en el vaivén de la información que se da y que se omite? En este libro hay una de esas historias que te hacen revisitar el conjunto una y otra vez, para tener la suerte de volver a encontrarte con dicho relato. ¿Es tu sangre tan roja como esta? es una historia que deberían leer todos aquellos que quieran aprender cómo funciona la literatura. Un aluvión de personajes de diversa índole, voces que cuentan relatos sobre otras vidas que puede que no sean tan distantes como uno piensa, marionetas, marionetistas y la ausencia absoluta de hilos que dirijan el movimiento. No diré más porque merece tanto la pena vivirlo en primera persona que no le haría un favor a nadie continuando. Hay una mezcla de metaficción y asombro perpetuo que me recordó durante todo el tiempo a Charlie Kauffman y a Carmen Maria Machado.
Hay otros relatos que funcionan a la perfección y que sorprenden porque disfrazan lo real de tantas cosas que uno tiene que pararse a ver si el libro no le estará jugando una mala pasada. Concretamente en Breve historia de La Sociedad de las Feas con Ganas y No sólo de disculpas vive la mujer, funcionan en ese plano en el que uno cree saber las reglas del juegos y acaba volviéndose todo en su contra. De eso se trata la buena literatura, ¿no?
Hay llaves en la cubierta de este libro. Hay que buscarlas, pero están ahí. Lo mismo sucede con las llaves que aparecen entre líneas. Las implícitas. Y las llaves que portan los personajes. Las explícitas. Todo lo que importa en estos cuentos está cerrado bajo la atenta mirada de un mecanismo que consta de dos partes. Una llave y una cerradura. Lo que nos separa de aquello que buscamos depende de introducir un trozo de metal en un corazón mecánico que aguarda paciente. La dificultad aumenta, como bien nos enseña Oyeyemi, cuando las cerraduras se ocultan en los lugares más insospechados. Cuando en lugar de abrir puertas, uno acaba abriendo el pasado, la intimidad, el deseo o la vergüenza. Ponemos mucho empeño en cruzar umbrales que permanecen cerrados por algún motivo. Y quizás es lo que más me ha gustado de historias como Presencia o Si un libro está cerrado con llave probablemente hay una buena razón, ¿no crees? El empeño para cruzar es inaudito. Pero una vez al otro lado, nos damos cuenta del error que muchas veces cometemos por la osadía innecesaria de querer entenderlo todo. Y es entonces cuando uno mira la llave que aún sostiene en su mano y entiende el gran esfuerzo que ese pequeño objeto metálico estaba soportando sobre sus hombros. Esa es, sin duda, la gran lección vital de Lo que no es tuyo no es tuyo.