Lo que nos queda de la muerte, de Jordi Ledesma

 

Lo que nos queda de la muerteUn pueblo de costa de esos en que no es lo mismo vivir en primera línea de mar, que en segunda; en los chalets de las urbanizaciones, que en la riada. Niños que se bañan en los espigones y que juegan con las frutas y verduras abandonadas en los días de mercado. Niños que se hacen mayores y ven algo que no deben ver. Más niños, esta vez pijos, que no son mayores pero que juegan a serlo y se queman de todas las maneras posibles (coca-velocidad-ferocidad-juegos llevados al extremo, y el extremo siempre es la muerte). Guardias civiles que también se queman, porque no se dan cuenta de que los niños siempre han sido crueles, y peligrosos, y de que las mujeres también son personas. Una mujer bonita, inocente, casi etérea y, quizás por eso, algo simple, y una escena en la que se describe un sueño que ha entrado, con honores, en mi lista de las escenas eróticas mejor escritas de todos los tiempos. Aguas revueltas en las que nadan cocodrilos, lirismo, violencia, consecuencias, muchas consecuencias y un aura trágica, de inevitabilidad casi antigua. Todo esto encontraréis en Lo que nos queda de la muerte de Jordi Ledesma.

He leído por ahí que es la mejor novela negra en español de 2016 y tal vez tengan razón. Aunque por mí no puedo hablar, no las he leído todas, ni siquiera las que, también por ahí, dicen que son las diez mejores. En cualquier caso, sí que puedo certificar que esta novela es diferente. Si buscáis la típica historia policíaca, no es vuestro libro. Pero si queréis que os cuenten una buena historia, corred a la librería y adelantaos un regalo de Navidad.

En Lo que nos queda de la muerte, una primera persona que, en realidad, es irrelevante rememora un incidente que sucedió cuando era joven, en un pueblo costero de Tarragona. Da la impresión de que lo que quiere esa voz es comprender: ordenar los hechos a través de retazos de conversaciones, escenas entrevistas y rumores que han pasado a ser verdades. Para hacerlo, hilvana diversas historias y crea un tapiz denso, en el que la voz principal conoce al dedillo a todas las demás. En esto, la novela de Jordi Ledesma, a quien ya había leído antes en el libro de cuentos Diez negritos, me ha recordado al último Chirbes.

Lo que nos queda de la muerte está plagada de imágenes poderosas y también arriesgadas. El texto tiene un ritmo variable, a veces parece calmo pero de repente se encrespa, como el Mediterráneo que sirve de telón de fondo para los dramas de la novela. Solo los editores de Alrevés podían traernos algo así, una novela negra, negrísima, que se aleja de la convencionalidad del policía-busca-asesino. Y por esa valentía debemos estarles agradecidos.

Solo me queda recomendaros, una vez más, esta historia de personajes despreciables y, por eso mismo, humanos. Es posible, eso sí, que, cuando acabéis la novela, comprendáis. Y esa comprensión solo despertará cierta sensación de nostalgia por otros tiempos, peores, sí, pero más divertidos.

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