Los abismos es uno de esos libros de los que es difícil hablar sin traicionar al lector que todavía no se ha enfrentado a él. Se puede describir su trama, claro, pero si no se quieren estropear las primeras páginas es mejor hacerlo de una manera general, opaca: Los abismos se construye alrededor del relato que tres mujeres de la misma familia, de tres generaciones distintas, hacen de su vida. Sus historias, como es natural, se entrelazan. Son madres, hijas, abuelas y nietas entre sí. Pero ante todo son mujeres, y como mujeres les toca descubrir el mundo, a cada cual en su época, con sus posibilidades y limitaciones.
La historia arranca cronológicamente en los años cincuenta y termina en el momento actual. Aunque el marco temporal está claro, el lector la conoce a saltos, ya que las voces de las tres toman protagonismo por turnos, pequeñas píldoras que nunca sobrepasan el millar de palabras, y que nos van completando de esta manera el rompecabezas que conforma Los abismos.
Como todo puzle, el mejor momento se encuentra hacia la mitad del relato, cuando comenzamos a descubrir el dibujo completo que nos va a deparar pero nos quedan suficientes piezas sueltas como para tener entretenimiento durante un buen rato. Al principio es difícil vislumbrar una silueta, de hecho incluso puede que haya un punto en el que nos parezca que el ejercicio de emparejar una pieza con la otra no nos va a llevar a ningún lado. No es así. Como ya sucedía en su debut, Anotaciones circulares, todo lo que va arrojando sobre el papel Petit tiene una razón de ser, un lugar en el engranaje de la novela, bien trabajado y completamente diáfano cuando se mira en conjunto. Ese armazón, en este caso, está recubierto por libros y referencias literarias, una guía de lectura completa primero de la generación perdida estadounidense y del boom latinoamericano después. Como pegamento de contacto, un estilo limpio, sin alardes, una ambientación rigurosa pero no cargante que salta de San Sebastián a París y a Portbou. Lugares reales, de carne y hueso, que conocemos por sus habitantes más que por las páginas que se dedican a ellos. Los abismos, en ese sentido, resulta una obra más para los que disfrutan de imaginar a su aire a los personajes y sus habitaciones que para los que necesitan que les enciendan todas las luces cada vez que entran en una estancia.
El final del rompecabezas se intuye quizá demasiado pronto, uno de los puntos débiles de Los abismos, aunque en general el problema principal que le veo es que la acción casi nunca parece discurrir, no da la impresión de estarse produciendo. Así, tiene el lector la sensación de permanecer saltando continuamente (o casi) de recuerdo en recuerdo, y de algún modo esto evita la tensión del momento, detiene la intriga, adormece el texto en algunas partes. A esta sensación contribuye también, cuando nos deslizamos hacia el desenlace, que ocupe demasiado espacio la literatura como acontecimiento histórico. Porque el hilo que une a las tres mujeres, o al menos a dos de ellas, es lo literario, pero lo que mantiene al lector pegado a las líneas hasta que se le caigan los ojos una noche cualquier no es algo que puede leer en buenos libros de Historia a la mañana siguiente. Es la soledad y el abandono de una, el coraje de la otra, la curiosidad de la tercera, bien definidas por el autor.
Aunque escriba, y bien, con el punto de vista de una mujer, por encima de las consideraciones de género destaca la pulsión escritora de Iban Petit, su deseo de contar, de narrar y de ser escuchado, leído. Se pone de manifiesto su amor por la literatura y su anhelo de ser escritor por todos los medios. Vamos, que la novela está hecha con ganas y con cariño, algo que se nota hasta en la bellísima, como otras veces, edición de Expediciones Polares. La inmediatez con la que se publica un tomo tan complejo como Los abismos después de su anterior novela (un año aproximadamente entre las dos) demuestra también que está ansioso por salir al mundo y demostrar de lo que es capaz entre las páginas.
Y si algo consigue Los abismos es que, sin duda, merezca la pena echarle un vistazo tanto a este intento como a lo siguiente que saque del cajón.