Reseña del libro “Los alcatraces”, de Anne Hébert
31 de agosto de 1936 en un pueblo costero y sumamente religioso llamado Griffin Creek. Olivia y Nora, dos adolescentes envidiadas por su belleza, desaparecen en mitad de la noche. ¿Qué les ha pasado? A través de los recuerdos y los testimonios de los familiares (el reverendo Nicolas Jones, el primo Stevens Brown y su hermano Perceval…) y de los vecinos, iremos sabiéndolo.
A grandes rasgos, se podría decir que de eso va esta novela, Los alcatraces, de Anne Hébert, publicada por primera vez en 1982, ganadora del Premio Femina y recién editada por Impedimenta. Sin embargo, de poco sirve tal descripción para que sepas lo que te vas a encontrar. No estamos ante una novela donde importe demasiado la trama, sino la psicología de los personajes y la atmósfera inquietante.
Los alcatraces es una obra de orfebrería en la que Anne Hébert demuestra su destreza con el lenguaje, el simbolismo y el símil. Llama la atención como el entorno, sobre todo el mar y el viento, se convierte en un personaje significativo. El lector, más que conocer los hechos, los intuye a medida que hila puntos de vista y rellena las constantes elipsis y lagunas. Yo, lo admito, en algunos momentos me sentía perdida, puesto que es una lectura que requiere atención. Todo parece transcurrir entre líneas, fuera de foco, lo que acrecienta el desasosiego y nos hace centrarnos en los personajes, sus pensamientos y sus emociones. O en la ausencia de estas, según el caso.
Los alcatraces plantea muchos temas de peso. Por ejemplo, la condena de la belleza, ya que el atractivo de Nora y Olivia, su paso de niñas a mujeres, parece la mayor de las provocaciones y, por lo tanto, la tragedia las sobrevuela. Especialmente porque ellas mismas desean, buscan el placer y, claro, eso supone jugar con fuego. En cambio, quienes las desean a ellas y pretenden traspasar los límites no son más que pobres pecadores que sucumben a la tentación del demonio. Mientras tanto, el pueblo calla, se contradice, se niega a ver, a la espera de los designios de Dios. También habla Anne Hébert de la carga de la culpa, incluso la que no se siente se niega a caer en el olvido.
Las virtudes de Los alcatraces son innegables: una prosa elegante, unos personajes complejos y una historia tan dramática como poética. Por eso me extraña que no haya logrado conectar con ella tanto como esperaba. Percibía la atmósfera perturbadora, sí, y sobre todo la oscuridad de algunos personajes, pero la historia en su conjunto no me envolvía ni me incitaba a seguir leyendo. Quizá no era mi momento o quizá no todos los libros introspectivos y líricos están hechos para mí.
Si consigues esa conexión emocional, estoy convencida de que Los alcatraces te calará hondo. Hasta puede que se convierta en una de tus mejores lecturas del año, puesto que ya he oído a varios lectores meterla entre sus preferidas de 2021. Por desgracia, no ha sido mi caso, pero espero que sí sea el tuyo.