Reseña del libro “Los años que no”, de Lidia Caro
La escritura de Caro es una marisma agitada, una grieta en la que meter los dedos y encontrar un universo de especies de animales y plantas marinas. Un fósil con un millón de colores, texturas y capas superpuestas.
Es importante hablar de los años que no, más que de los años que sí. Transitar por ellos es caer en un pozo lleno de lodo. Fango que escala hasta las rodillas y que es tan pegajoso como la purpurina. Densa y caliente como cera depilatoria que hay que arrancar de un tirón. Vivir en los años que no, es vivir en alerta constante esperando que por arte de magia se reconstruya el derrumbe.
En los años que no, Lidia mezcla autobiografía y ficción para narrarnos cómo después de sufrir una violación, decidió viajar a California intentando dejar atrás todo lo sufrido y reiniciar una vida más feliz. En EEUU se encuentra con una sociedad profundamente individualista, incapaz de tejer vínculos. Esta imposibilidad provoca que sea inviable desarrollar un sentimiento de pertenencia, encontrándose siempre fuera de lugar, una forastera eterna. En EEUU, país protector del capitalismo más inicuo, podemos advertir las amoralidades típicas de occidente llevadas al extremo. Las clases sociales medias-altas tienen demasiado de todo pero no son capaces de establecer una relación adulta y emocionalmente saludable con nadie.
Tampoco el padre es capaz de conectar emocionalmente con su hija. Tiene una memoria prodigiosa, pero no conoce las palabras adecuadas cuando se trata de amor. Aquellas que utiliza están vacías, son escasas o hacen daño. Hay diversos autores que nos hablan del valor de la inteligencia emocional y hay experimentos que demuestran que es la percepción emocional del entorno, la que nos da la posibilidad de actuar con raciocinio. A pesar de ello, es un hecho que estas competencias interpersonales siguen siendo las olvidadas en el currículo. Son imprescindibles para el correcto desarrollo de los seres humanos y sin embargo no es algo que nos enseñen. Algunos lo aprenden sobre la marcha y otros hacen lo que pueden.
En la huida que emprende nuestra protagonista en Los años que no, se lleva todo lo que quería dejar atrás. En esa maleta que muchos siempre tenemos preparada por si acaso, no podemos decidir que dejar y que no. En ella encontramos toda la mierda que hemos ido recogiendo y de la que no nos queremos desprender. Los motivos que impulsan estas escapadas pueden ser diversas, pero en mi caso siempre nace de la imposibilidad de una reconciliación con espacios y momentos que me hicieron sufrir y del ideal de un futuro nuevo y mejor. Un optimismo que siempre me la juega.
El código penal respecto a violaciones, abusos y agresiones sexuales junto con el protocolo de atención a víctimas de violencia de género es un tema que se pone sobre la mesa. Narrado a dos voces intercaladas en capítulos, por un lado, desde la perspectiva de la policía nacional y por otro lado es la propia Lidia la que ejerce de narradora. Juntas nos hacen ver la necesidad de una transformación de estas leyes y de la violencia institucional que se ejerce sobre las propias víctimas.
Los años que no han caído encima de mí como una losa de mármol, brillante, preciosa y pulida. Un libro que deforma y allana, por lo doloroso, pero que revienta de pura vida.