A principios del siglo XX, la tribu de los osage se asentaba en el condado que lleva su nombre en el norte del estado de Oklahoma. Expulsados de su asentamiento original en Kansas tras la Guerra de Secesión, los osage se dedicaban al cultivo de maíz, vivían en tiendas y dormían en el suelo. Pero la primera década del siglo cambiaría de raíz su forma de vida. El descubrimiento en el subsuelo de sus tierras de grandes pozos de petróleo, su posterior explotación y una gestión inteligente de los derechos de propiedad, hicieron que de la noche a la mañana no solo el oro negro sino también el dinero llovieran sobre ellos. Comenzaron a proliferar las mansiones y los coches de lujo, y los osage hicieron su aparición en las revistas de la alta sociedad estadounidense como los nuevos ricos de Norteamérica.
Los asesinos de la luna, de David Grann, cuenta la historia de la serie de salvajes asesinatos que fueron diezmando su número con el único objetivo de apoderarse de esa riqueza; es el testimonio de un tiempo en el los individuos con mayor renta per cápita del mundo eran, sin embargo, unos parias de la sociedad que acababa de dejar atrás la conquista del Oeste, pero que todavía no se había sacudido su polvo de las vestiduras; un episodio más de segregación racial, y de los peores, cuando todavía muchos blancos veían a los indios o a los negros como animales.
Grann tira de recursos propios de la ficción para configurar la obra, intentando acercarse más al true crime que está tan de moda que a la narración histórica. Muy acertadamente, presenta para abrir boca el asesinato de Anna Burkhart, una de las más destacadas herederas osage, y nos ofrece una heroína en la figura de Mollie, su hermana. Después de haber presentado el caso, suelta los perros de la narración en pos de un montón de pistas falsas, algo que puede provocar algo de desasosiego en el lector cuando nos deja en vías muertas pero que no deja de reafirmar el carácter de verdad histórica que trata de imprimir a todo el libro. Se producen más asesinatos, pasan interminables años de búsqueda marcados por la pasividad y la desorganización de las autoridades y, por fin, aparece en escena el FBI, que ya empezaba a cimentar lo que poco después sería una potente fuerza criminalística pero que por aquel entonces todavía estaba lleno de sombras y corruptelas.
Lo que es una virtud en la primera parte del libro termina convirtiéndose, quizá, en una losa hacia el final. Resueltos algunos asesinatos, y sin muchas fuentes de las que tirar para dilucidar la verdad sobre el resto, la transición de Grann a las presuntas irregularidades en la investigación y los apuntes que indican una conspiración de mayor calado (si cabe) carecen del poder de atracción que sí posee la primera parte. Las fuentes se acumulan y siguen apareciendo personajes, ya en el momento actual, que ayudan y aportan información, pero que también cargan el texto. El desasosiego lector, además, también llega por una traducción que falla por momentos y un puñado de errores ortotipográficos de bulto.
En cualquier caso, Los asesinos de la luna es un libro fantástico para comprender el estado real de la justicia en los años veinte y treinta en Estados Unidos, cómo la investigación criminal se encontraba muy lejos de convertirse en una ciencia e incluso de qué manera el pueblo todavía cuestionaba si recurrir a un cuerpo policial organizado o tomarse la justicia por su cuenta. Además es un testimonio fundamental, riguroso, de algo que podemos considerar un genocidio, y cómo la sociedad de su momento miró hacia otro lado mientras se estaba produciendo.
Como ya ocurriera con sus anteriores Z. La ciudad perdida y El viejo y la pistola, Los asesinos de la luna tendrá su adaptación al cine, esta vez a cargo de Martin Scorsese y Leonardo di Caprio. Sospecho que Mollie Burkhart se convertirá en el personaje principal y que la historia que cuenten terminará teniendo un cariz distinto. Lean a David Grann antes de que llegue ese momento, seguro que lo agradecerán.
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