Uno nunca sabe cuándo se va a encontrar con su libro. Puede que sea más tarde o más temprano, pero cuando la sensación de estar leyendo algo que te entusiasma llega a tu cuerpo, eso no se olvida nunca. Los bosques imantados apareció por casualidad, como una de esas ráfagas que, a veces, suceden en las librerías. Das un rodeo por las mesas de novedades, empiezas a cansarte de tanta frase rimbombante, y de repente, sin saber muy bien cómo has llegado allí, aparece un libro que te llama la atención. Así fue como me llevé a casa la novela de Juan Vico. Me puse cómodo, abrí la primera página, y cuál fue mi sorpresa cuando, sin saber absolutamente nada del argumento, me atrapó desde la primera página. Son pocas las veces que una obra consigue esa sensación de totalidad que nos haga volver a tener cierta fe en la literatura. Una obra desconocida, un autor del que no había oído hablar, una portada que me hacía querer saber más. Ingredientes que, unidos como si de una misma cadena se tratase, no me llevaron por el camino de la amargura sino que contribuyeron a que hoy hable de esta novela que ha sido uno de los descubrimientos de este primer semestre del año.
Víctor Blum viaja al bosque de Samiel como una cruzada personal para poner en evidencia la superstición que corre sobre el lugar. La profanación de una iglesia y un asesinato desencadenarán acontecimientos con los que Víctor tendrá que enfrentarse a sus fantasmas, pero también será el detonante para comprobar todo lo que la prensa puede influir en lo que piensen los ciudadanos.
Los cuentos siempre tienen algo de mágico para mí. Y no es que esta obra lo sea, pero sí que tiene ese halo de misterio que sobrevuela el contenido del libro. Juan Vico sabe cómo desgranar los puntos suficientes para que el lector se sienta cómodo con el viaje que ha emprendido. Y no es fácil hacer casar con quien lo lee una época diferente a la nuestra, consiguiendo que casemos a la perfección obra y contexto en un juego de espejos infinito donde tanto los personajes como el paisaje se mueven en un baile continuo. Los bosques imantados recuerda a las historias de detectives ya clásicas, pero también demuestra tener ese punto ácido donde poder extrapolar lo que allí sucede hasta nuestros días. ¿No es acaso, uno de nuestros problemas más grandes, la manipulación de la información? La prensa, las redes sociales, mucho han cambiado los tiempos en estos últimos años, pero a veces sorprende lo poco que lo han hecho en su fondo, ya que esta novela está ambientada en la Francia de 1870, pero mucho de lo que sucede en ella sigue el curso de diferentes generaciones. La superstición, la necesidad de creer, el mundo onírico, los secretos que se guardan en los cuerpos más débiles, y una historia que nos lleva a otras muchas, plagadas de los enigmas que nosotros, los seres humanos, por simple egoísmo, somos capaces de crear.
Cerrar un libro y sentirte lleno es una sensación indescriptible. Juan Vico consigue, con una aparente facilidad – aunque presupongo que la dificultad de la escritura dirá lo contrario -, trasladar al lector a una historia de misterio e ilusionismo, mientras el mundo gira a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta. El tiempo suele darnos la razón a los que pensamos que, en las obras desconocidas, en los autores que no llenan los grandes titulares, es donde se encuentran, a veces, esas historias que nos dejan paralizados. Los bosques imantados podría estar destinada a convertirse en una éxito de ventas, pero la realidad suele imponer sus leyes de una manera un tanto injusta. Seremos los lectores quienes impongamos nuestra propia ley y consideremos, de la misma forma que lo hago yo, que esta novela merece todos los elogios que pueda pronunciar.