Los mosqueteros: Los tres mosqueteros y Veinte años después, de Alexandre Dumas
El instante perfecto para que los clásicos nos den la mano
Que yo podría ponerme a hablar ahora de las vicisitudes que llevaron a Alexandre Dumas a escribir la historia que aquí se cuenta, sería verdad, y además quizá a muchos de vosotros os interesaría. Que, además, la reseña de un clásico entre los clásicos como es Los tres mosqueteros influye mucho a la hora de elegir adecuadamente las palabras, también sería verdad, a parte de una obviedad y de una repetición cada vez que yo decido reseñar algún clásico que por razones que no vienen al caso caen en mis manos como pequeños grandes tesoros. Así que os preguntaréis que si yo he venido aquí a hablar de este libro, pero no voy a contar nada de lo antes mencionado, ¿qué voy a contar? ¿Acaso me he vuelto loco y he empezado a escribir reseñas sin sentido? Sabéis que no. Pero se me hace difícil hacer entender a la gente la suerte que uno tiene de caer en las garras de algunas lecturas, porque eso es lo que ha sucedido aquí. He tenido la inconmensurable suerte de caer rendido en el caldero lleno de monedas de oro que todo lector intenta encontrar. Quizá sea uno de los clásicos que, en un reto personal, me he propuesto leer cada mes. Puede que incluso sea un libro que hubiera tenido que leer mucho antes. Pero ni la vida tiene el mismo ritmo que nuestras apetencias, ni las oportunidades son las acertadas en un mundo como éste que lo mismo te da una de cal y otra de arena. Así que empecemos, que ya me estoy alargando…
“Uno para todos, todos para uno”. Así es como se conoce mundialmente a Los tres mosqueteros. Aunque en realidad el personaje principal sea D´Artagan. Pero quién sea el protagonista no es lo importante de esta novela de aventuras. Lo que importa aquí es cómo la narración de Alexandre Dumas ha tenido la osadía, la irreverencia, casi diría la conducta subversiva, de pasar a lo largo del tiempo sin ningún tipo de grieta que la haga perder su valor. Quizá esos sean los clásicos que no desmerecen por mucho que los tiempos cambien, por mucha tecnología que aparezca, o por muchos otros entretenimientos que nos pongan al alcance de la mano. Ya he dicho antes que quizá uno de mis grandes errores sea no haber visitado este clásico mucho antes, pero suele decirse que más vale tarde que nunca, y qué queréis que os diga, aunque tarde, uno se levanta de otra pasta, con otro talante, con otra visión, cuando ha cerrado esta edición de Cátedra (monstruosa, pantagruélica, imprescindible, perfecta) y se da cuenta que siempre había quedado un pequeño hueco, ese vacío que no sabíamos con qué llenar pero que aparece la pieza perfecta así, de la nada, como cuando aparece un desconocido en nuestra vida y se convierte, de la noche a la mañana, en alguien esencial. Así es como uno se siente después de leer esta novela, bueno en realidad las dos novelas que conforman esta edición que si bien uno intenta desmenuzarla, no puede porque no hay nada que sobre.
Tenemos, en estos mismos momentos, toda una vida para visitar aquellas historias de las que siempre hemos oído hablar pero nunca hemos cogido por miedo, por respeto, por pereza, o por otras muchas razones que cada uno tenga. ¿Y sabéis que? Yo pensaba como vosotros. Creía que estas novelas creaban una barrera entre el lector y el propio libro que era insalvable. Pero si algo he aprendido tras leer varias de las ediciones que Cátedra envuelve con su profesionalidad es que nada de eso es cierto cuándo nos proponemos atacar un libro como Los tres mosqueteros. Abran bien su paladar, degusten la comida que aquí se sirve, aspiren el aroma que desprende la historia que aquí se cuenta, vivan las aventuras de D´Artagan y, cómo no, los tres mosqueteros, y después, si el arranque lector se lo permite, disfruten de lo diferentes que serán después de su lectura. Hay algo que siempre se intenta esconder cuando hemos leído algo increíble. Y es que parece que si compartimos la lectura, de algún modo esa magia se pierde al pasarse de mano en mano, de palabra a palabra, de persona a persona. Pero no sería justo limitarnos a no contemplar los libros de autores como Alexandre Dumas con una valiente forma de compañerismo, de fraternidad, en la que todos los lectores podamos unirnos, podamos compartir nuestras impresiones y consigamos que este clásico, esta lectura endiablada y perfecta, nos mantenga vivos como sólo pueden hacerlo los grandes. Hay una parte de nosotros que se rebelará, pero será pequeña. Así que abran la primera página, empiecen esta grandiosa edición y recuerden, aquel que abre sus páginas ya no será el mismo cuando las termine.
He leído estos libros pero sacados de la biblioteca. Me encantaron! Y a esta edición le tengo echado el ojito desde hace tiempo ya, que me encantaría tenerlos en mi estantería y poder disfrutar de estas aventuras cada vez que quisiera…
Besotes!!!