Reseña del libro “Los Netanyahus”, de Joshua Cohen
El mundo de la literatura (en general, pero más todavía su cara mainstream) está lleno de gilipollas. De egocéntricos de cartón piedra, de gente ridícula, raritos y snobs con abrigos a lo Truman Capote.
¡Si es que esto parece el colegio Hogwarts de magia y hechicería!
En fin…
Por eso, cada vez que tengo que ponerme en la tesitura de decirle a usted por aquí en qué podría emplear veinte o treinta euros de su (espero que no tanto como la mía) maltrecha cuenta corriente, a mí siempre me dan ganas de ir al baño. Y entonces retraso la reseña un día…y otro día… y otro más…y así hasta que casi se me olvida a qué había venido aquí.
Pero Joshua Cohen no estudió en Hogwarts. Él es un magel, o como coño se diga eso. Cohen es real, un escritor de verdad. Cohen no hace trucos con las palabras pero tiene una capacidad innata para la narración. Un don que yo no he visto en nadie desde mi idolatrado DFW (que sí pudo ser Potter). Así de claro.
Su extraordinario libro de relatos Cuatro mensajes nuevos todavía colea en mi cabeza, y ya han pasado varias nochebuenas desde entonces. Hace poco me pasó algo parecido con Ben Lerner. Pero Cohen es Cohen y nadie más. Los dos (Cohen y Lerner) son de mi edad, lo que reafirma mi postulado inicial sobre hacérselo en los pantalones a la hora de ponerse a escribir.
Y creo, intuyo, me parece que en esto a usted le pasa como a mí (y no me refiero a lo de irse por las patas abajo, aunque todo pudiera ser). Quiero decir que, aunque huye de la charlatanería de esos falsos y patéticos profetas, esos sabios de pacotilla a los que me refería antes, le fascinaría compartir un retiro, un encuentro o simplemente mesa y mantel con alguien tan inteligente y culto como Joshua Cohen.
Hablar (bueno, mejor dicho, callar y escucharle hablar) de la identidad individual versus la identidad colectiva. Como hace él en esta novela. De los fanatismos. Del inconsistente, absurdo y terrible sentimiento de pertenecer a algo supuestamente especial y diferente; a algo casi mítico que, a la larga, suele conducir a la autodestrucción, al sufrimiento o la barbarie misma. Pero también, y a la vez, de ese concepto como valor en sí mismo. IDENTIDAD. ¡Menudo significado! Las raíces. El origen de un pueblo. Sus costumbres, sus ritos. Su historia, sus vicisitudes. Una forma particular de entender y de ver el mundo.
Entonces, ¿dónde posicionarse?
¿Quién es el excluido y quién el que excluye?
¿Quién es el verdugo aquí?
Otra vez a vueltas con la historia…
En Los Netanyahus Joshua Cohen pone todo esto sobre la mesa (esa en la que usted y yo ver, oír y callar, recuerde). Pero él lo hace de otra forma. Sin pedantería. Sin maniqueísmo. Sin falsa erudición ni rimbombantes metáforas. Sin historias o personajes inverosímiles. Única y exclusivamente con Literatura. Y de la buena, la mejor. O al menos, de esa que tanto nos gusta. Ni más ni menos que la de un reciente Premio Pulitzer (que no es como esos otros premios, claro).
Ruben Blum (no se pierda la relación de Cohen y de la historia que cuenta con el famoso crítico literario Harold Bloom) es uno de los protagonistas. El otro es Ben-zion Netanyahu. El segundo es real, el primero no, pero casi. Ambos son profesores universitarios. Historiadores. Ambos también son judíos, claro. Y estamos en los sesenta. El primero, Ruben, es hijo de inmigrantes judíos venidos de Kiev. Nació, creció y formó su familia en los Estados Unidos. El segundo es polaco de nacimiento. Se trasladó y trabajó en Jerusalén, viajó por el mundo enseñando sobre judaísmo pero en realidad es un exiliado. Y un sionista radical, experto en la Inquisición Española y en su persecución a los judíos conversos. Ruben es padre de dos hijos. Ben-zion, de tres. Uno de ellos (Benjamín, el mediano), llegará a ser el Primer Ministro de Israel (y en breve, además, repetirá en el cargo por quinta o sexta vez en la historia).
Blum y Netanyahu son dos formas de entender la vida, con el judaísmo y sus contemporáneas implicaciones identitarias como trasfondo. Y entrarán en relación (y en combustión) cuando al primero le pidan que evalúe la idoneidad de contratar al segundo como profesor en la misma universidad en la que él trabaja. Una universidad que, además, está regida por supremacistas blancos y católicos barrigudos. Un marrón de incalculables (y divertidísimas) consecuencias.
Porque a pesar de este ingenioso (y terrible) telón de fondo con el que Cohen nos quiere interpelar, Los Netanyahus es, además, una fabulosa comedia. ¡Sí, brutal! Es Cohen satirizando, con su característica elegancia y su torrente narrativo, un montón de paradigmas preestablecidos de la historia de los judíos y de Estados Unidos. Pero ya sabe: el humor de Cohen no será esa cosa zafia o bobalicona de las comedias hollywoodianas actuales. Cohen siempre se exige algo más. El humor de Cohen es tan original y tan fino como sus novelas (aunque esta, a veces, sea una feliz película de enredo). Le aseguro que se va a reír a carcajadas.
En fin… ¿le he dicho ya que Cohen es superior?
Vale. Pues perdone entonces.
Entonces ya está. Creo.
Los Netanyahus.
Joshua Cohen (otra vez).
O lo que nos separa de nosotros mismos.
Muy top.