Se dice que García Márquez fue el padre del realismo mágico, pero eso no es cierto. Hubo muchos otros que abrieron camino. Y otra: Elena Garro, con su novela Los recuerdos del porvenir.
Aunque ella siempre renegó de la etiqueta de realismo mágico por considerarla comercial, es indudable que García Márquez, el referente del género, se inspiró en su novela. Quién sabe si sus famosas mariposas amarillas eran un homenaje a Garro, pero lo hubiera merecido.
Apuesto a que todos los que leéis estas líneas conocéis Cien años de soledad. Pero ¿cuántos de vosotros sabéis algo de Los recuerdos del porvenir? Yo descubrí su existencia hace apenas un año, sin embargo, ahora que por fin lo he leído, soy consciente de la enorme injusticia que se ha cometido con él, al dejarlo caer en el olvido por motivos extraliterarios. Porque Los recuerdos del porvenir no es solo un libro, es una obra maestra de la literatura.
Lo tiene todo: un título evocador; uno de los mejores inicios de novela que he leído («Aquí estoy, sentado sobre una piedra aparente. Solo mi memoria sabe lo que encierra»); belleza lírica en cada frase; crítica política, social, religiosa y de género y un final tanto o más magistral que su inicio, que le da sentido a todo y trasciende a la historia.
En Los recuerdos del porvenir, Ixtepec —pueblo imaginario trasunto de Iguala, donde creció Elena Garro— es el que nos cuenta su historia. Nos habla de su memoria, que aúna todos los tiempos, los que fueron y los que serán, y de sus gentes, abandonadas por los revolucionarios zapatistas y sometidas a los abusos del general Francisco Rosas y su ejército, en los albores de la guerra Cristera.
Como toda opresión colectiva, esta se recrudece y ejerce individualmente sobre las mujeres. En particular, sobre dos: Julia, en la primera parte de la novela, e Isabel, en la segunda. En ellas pone sus ojos el general Rosas y, en consecuencia, el pueblo entero. Porque si el general se pelea con sus mujeres, el resto de los habitantes de Itxepec sufren las consecuencias.
Los recuerdos del porvenir es una lectura compleja a la que es imposible sacarle todo el jugo en una sola lectura. Y menos en esta edición, que recoge el análisis de cinco grandes escritoras. Gabriela Cabezón Cámara (Argentina), en «Un día latinoamericano», nos hace ver que esta novela es un retrato de la traición y la tragedia que marcan la historia de Latinoamérica. Isabel Mellado (Chile), en «Rescatar la palabra», repasa la vida de Elena Garro y su forma diferente de hacer literatura. Lara Moreno (España), en «Las mujeres de Itxepec», se centra en los personajes femeninos de la obra, tan rompedores para la época. Guadalupe Nettel (México), en «Un canon por venir», ahonda en la injusticia de que semejante autora haya sido ninguneada. Y Carolina Sanín (Colombia), en «La piedra aparente», se recrea en este símbolo que aparece al inicio y al final: la memoria y la herida de Itxepec y de toda Latinoamérica.
No quiero que estas líneas sean una simple reseña, ni siquiera una recomendación de lectura imprescindible, sino que sirvan para reivindicar a Elena Garro y a su primera novela, Los recuerdos del porvenir. Es más que la precursora olvidada del realismo mágico, es una de las mejores novelas del siglo XX, y no digo mexicana, sino universal. Espero que esta edición definitiva de Alfaguara la dé a conocer a los lectores españoles para que entre todos la alcemos al puesto que merece en la historia de la literatura.