Reseña del libro “Love song”, de Carlos Zanón
¿Se puede perder a alguien que nunca has tenido? Uno de los tópicos románticos recurrentes no solo de la literatura sino de la historia de la humanidad y las artes. Love song vuelve a darle una vuelta al clásico enredado en un trío amoroso. O mejor dicho, amistoso. Aquí la música es fuente, contexto y sentido de toda la narrativa. Y todo el texto destila amor por los libros: “Todos boca abajo y tomando posiciones para un, al parecer, inminente desembarco hacia las almohadas” (p.76).
Los protagonistas deciden hacer una gira al margen del reconocimiento que tienen fuera de esos ambientes. En esa gira tan singular van a tocar solo versiones de canciones del año 1985. ¿Por qué? Acaso importa. Esto es un canto a las despedidas, Love Song va tanto de amor como de la pasión del rock para decir adiós. Carloz Zanón vuelve a moverse por esos canales entre la música y la literatura. La amistad, la lealtad, la traición, la rabia son nexos que unen mucho más que la familia. “Cuando nacemos nos otorgan dos ciudadanías. La que te permite vivir en el reino de los sanos y la que te permite hacerlo en el reino de los enfermos. (…) Hay quien finge estar en un sitio y, de hecho, está en otro. (…) Eso es todo. No hay más” (p. 134).
La mayor ficción de la literatura, que coincide con las mentiras de la existencia, es que la vida empieza y termina. Como si de una línea que progresa se tratara. Siempre me ha costado entender los arcos argumentales que se sostienen sobre esta hipótesis porque mi conocimiento literario se sitúa más en Manrique y Heráclito. “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir” y “Nunca te bañas dos veces en el mismo río”. Sin embargo, los personajes de Zanón han establecido una especie de ritual de despedida de una vida en transición a otra. “Love song. Todas se llamarán igual” (p.143)
El trío amoroso atraviesa unas arenas movedizas con las que tropieza una y otra vez. Pero el personaje de Sandino, el conductor que los lleva de pueblo en pueblo, funciona como testigo objetivo de sus egos y aporta originalidad. Rompe esos movimientos obsesivos entre tópicos del deseo y la amistad tradicional o normativa. “Gente que ni sospechaba que dentro de las canciones había túneles y laberintos, enigmas y hasta conjuros. Gente que vive teniendo miedo de esas canciones, como se tiene miedo de los locos” (p. 57).
Tanto a ellos como a ella les gustaría ser creativos, salir de su mediocridad, cabalgar la vida a ritmo de rock`n`roll. Solo que caen de nuevo en reacciones previsibles, que ya están escritas en esas canciones de amor y pasión. La suya pretende ser auténtica y a medida que avanza la historia van abriendo nuevos senderos que concluyen donde termina el libro. “No se soportaba, andaba enloquecida a tramos del día, matándose medio en serio como si fuera la suya una vida aniquilada” (p.29).