Luz brillante, de Kaori Ekuni

Tener esa enfermedad tan literaria que en otra época se llamó ser un letraherido es una fuente inagotable de sorpresas. Cuando pedí Luz brillante no había leído la sinopsis, no sabía nada de su autora y si quise leerla fue porque se publicitaba como la Murakami femenina y tengo una amiga muy de Murakami a la que tenía ganas de regalar una recomendación. No sabía que era un libro mítico en Japón, no sabía que tenía más de treinta años (que es una de esas cosas que uno sabe si lo lee, porque es absolutamente intemporal salvo porque en un viaje en coche ponen un casete, que ya no se estila demasiado), pero sobre todo no sabía que me iba a resultar un libro tan absolutamente emocionante, todo un impacto. Me dirán que una historia de un matrimonio entre una mujer alcohólica con cierto desequilibrio emocional del ámbito psiquiátrico y un doctor homosexual tampoco es una historia excesivamente original, pensarán que es simplemente la historia de un matrimonio de conveniencia más para mantener las apariencias en una sociedad conservadora. Si yo ahora les digo que en realidad Luz brillante es una de las más emocionantes, sinceras y honestas historias de amor que recuerdo haber leído en mucho tiempo puede que empiece a cambiar su concepción de la novela. Y si les aseguro que Shoko, la protagonista femenina, con sus problemas, que los tiene, y sus virtudes, es una heroína, una gigante de la literatura por su forma de entender su peculiar relación, por su forma de amar incondicionalmente a alguien por cómo es y no por nada más, espero haber logrado captar su atención.
Los personajes de Luz brillante se proponen abrazar el agua y lo consiguen, y logran un abrazo corpóreo y reconfortante. Logran amarse en el más amplio y puro sentido de la palabra. A ella no le interesa en sexo y a él le interesa pero con su amante, no con ella, pero su relación es, permítanme que se lo diga, ejemplar. Y hasta tal punto conmovedora que a uno le cuesta entender cómo los demás, sus padres, amigos y demás no son capaces de entenderla.
Hasta los títulos de los capítulos, algunos sacados de cuadros como el especialmente hermoso “Tú, que siembras estrellas”, redundan es esa particular sensibilidad que convierte esta novela en una experiencia vital tan emocionante. Las rarezas de ella como su relación con el hombre violeta, un autorretrato de Cézanne o con la planta que les regaló por su boda el amante del marido, son tan entrañables como emotivo. Shoko es uno de esos personajes inolvidables que uno sabe que le van a acompañar mientras la memoria lo haga.
Sospecho que lo pertinente, llegados a este punto, es elogiar el coraje que muestran los personajes por ser capaces de defender una relación contraria a todo lo que es social y familiarmente aceptado, pero no, lo que verdaderamente me parece meritorio es el empeño de estos personajes y de su autora, que declara simplemente haber querido retratar una historia de amor, por luchar por su relación frente a ellos mismos, por asumirla como la hermosa historia que es y olvidar a un mundo cuyo único papel debería ser, en todo caso, compartir su felicidad, que es el privilegio que afortunadamente tenemos los lectores.

Andrés Barrero
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@abarreror

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