¿Cuándo fue la última vez que algo te hizo volar la cabeza en mil pedazos? A mí hace siete minutos. Ese es el tiempo que he tardado en recuperar plena conciencia de mis facultades, tasar la catástrofe y sentarme a escribir estas líneas. En cualquier curso de escritura te recomiendan que no escribas desde el shock, sino a través de él. Que permitas integrarlo para poder hablar de la vivencia que lo provoca. Pero, ¿quién sigue yendo hoy día a talleres de escritura? Exacto. Así que voy a contaros desde la explosión estelar que sucede por encima de mi cuello por qué este Mame Shiba de 58 páginas es absolutamente maravilloso. Y es que imaginad una mezcla explosiva de Hora de Aventuras, Scott Pilgrim, dos Jäggerbom y el contenedor de reciclaje de unos grandes almacenes tokiotas y sabréis por qué no deberíais nunca mezclar alcohol con ilustraciones alucinógenas. Cristian Robles se ha currado una historia que por breve funciona el doble de bien y que se salta todos los preceptos de lo políticamente correcto. Todo merece la pena en Mame Shiba. Cada viñeta importa. Pero vayamos por partes. Porque aún no os he dicho que este cómic gira en torno a una alubia japonesa considerada la Reina del Rap por tres años consecutivos y todo lo que es capaz de hacer por mantener su reinado.
La historia comienza con Bunny, una chica youtuber cuyo sueño es triunfar en el rap. Para ello se tendrá que enfrentar a una serie de duelistas con el fin de arrebatarle el título a la actual ganadora, Mame Shiba, la alubia reina e ídolo absoluto. Y es que el encuentro de Bunny con la legumbre monarca hará que nuestra protagonista encare no sólo a un archienemigo digno de mención y de reducido tamaño, sino también a sí misma. Porque hay un punto de no retorno en el mundo de la fama en el que tienes que traicionar tus principios o dejar de lado el camino fácil. Saber que en la cima sólo hay sitio para un par de pies. No importa cuánto flow o buenas vibras hayas generado camino a la meta.
Más allá de que la historia sea una auténtica pasada –no sabéis aún cómo la lía Mame Shiba-, la parte gráfica es lo que ha hecho que se me salgan las lágrimas de la emoción. Robles sabe combinar colores de una forma maravillosa. Todo respira un aire pop 16bits que no hace más que potenciar el tono desenfadado de la historia. El diseño de personajes y ciertas viñetas parecen estar hechas de píxeles. Si te has criado como yo en los 90 y has tenido una Super Nintendo o has gastado muchas pilas en una Game Boy Color vas a sufrir un flashback severo del que es casi imposible recuperarse. Sin embargo, no es la única sorpresa que nos depara Robles en su historia de triunfo y desenfreno musical. Y es que este tipo controla tanto su arte que se sale de la página para hacer de las mejores composiciones que he visto en un cómic por estos lares. No le da miedo jugar con la viñeta para conseguir un efecto visual acorde con la explosión de emociones que requiere la escena. Porque este cómic podrá ser muchas cosas, pero en absoluto puede etiquetarse de comedido. Todo va a más. Cada vez es más cromáticamente denso. En cada página la sordidez es mayor. Hasta llegar a su explosivo final donde la resolución del conflicto es impensable y necesaria. Porque cuando una alubia te pone contra las cuerdas, tienes que tomar medidas desesperadas.
Quiero leerlo todo de Cristian Robles. Quiero que las 58 páginas de este cómic pasen a ser 600. Quiero que Inio Asano haga un remake. Quiero que algún estudio indie anime la historia y pueda verla a 720p. Quiero volver a sacar mi Game Boy Color del cajón, comprarle pilas y seguir justo por donde guardé la última partida a no sé qué juego. Y es que Mame Shiba es un reencuentro con tu pasado pero sin restar ninguna de las noches de desenfreno que has vivido hasta la fecha. Eso sí, la resaca de este encuentro es monumental y con posibilidades de epilepsia. ¿Otro Jäggerbomb?