Matadero Cinco, o la cruzada de los niños, de Albert Monteys y Ryan North

matadero

No he leído el libro, pero sé que ambos empiezan con “Billy Pilgrim se ha desprendido en el tiempo” y acaban con “¿Pío-pío-pi?”, o eso dice este cómic.

No he leído el libro, repito, pero también sé que, en su época (fue publicado en 1969 cuando Kennedy y King (Luther, no Stephen) fueron asesinados y el rechazo a la guerra de Vietnam (y el LSD) estaba en pleno apogeo) fue un jarro de agua fría para ciertos sectores de la población estadounidense: llegó a censurarse y en algunos estados, imitando a la mejor tradición nazi, fue quemado públicamente. (A día de hoy, se está en conversaciones para realizar una serie –película ya la hay, dirigida por George Roy Hill, el de El Golpe–).

Sabiendo esto, no es de extrañar que lo tuviera pendiente en esa lista de imprescindibles por ser libros a contracorriente, agita conciencias, marginales o incluso subversivos, o con una estructura formal que se sale de lo convencional hasta un determinado momento y que tanto bien hacen al mundo. Sin embargo, como todavía no domino el tiempo como lo hacen los tralfamadorianos y la vida no me da para leer todo lo que quiero, he aprovechado que Monteys, con quien ya disfruté de su peculiar ¡Universo!, ha orquestado esta adaptación para sacarme la espinita que no dejaba de pincharme.

El cómic comienza en diciembre de 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, con nuestro protagonista, Billy Pilgrim (de 22 años entonces y alter ego del autor) tras las líneas alemanas junto a otros tres soldados aliados. Serán capturados por los alemanes y tras un breve periplo trasladados a un campo de prisioneros de guerra en Dresde, donde compartirá “alojamiento” con soldados de otras nacionalidades.

Pero, para cuando llega ahí Billy ya ha viajado en el tiempo varias veces, se ha “desprendido” de él. Al pasado y al futuro. A más allá de su muerte y a antes de su nacimiento, a la muerte de su madre, a una fiesta de trabajo, a su infancia… Se queda parado y con un parpadeo se planta en un momento aleatorio de su vida. Tiene esa capacidad. ¿O no? ¿O es simplemente que está zumbado por alguna herida de guerra o por alguna secuela de aquella vez que de crío se quedó paralizado en el fondo de la piscina?

¿Es cierta también su abducción por los tralfamadorianos, quienes le explican la verdadera y auténtica concepción del tiempo?

Este recurso de distorsión temporal tan de ciencia ficción sirve para enmascarar, y aligerar, de alguna forma el mensaje antibeligerante del cómic (y del libro) y el destino terrible de la humanidad, empeñada en montar guerras una y otra vez y en particular para sacar a la luz el poco conocido, por entonces, bombardeo de Dresde, que fue eclipsado por los de Hiroshima y Nagasaki. (Por cierto, el subtítulo “o la cruzada de los niños” hace referencia a la extrema juventud de los soldados que eran enviados al frente).

Dresde no tenía ningún valor estratégico, tan solo histórico y cultural, de hecho era conocida como la Florencia del Elba. Tan solo había civiles y soldados heridos. El bombardeo fue simplemente una venganza británica para acelerar el final de la guerra. No había que dejar ni un habitante con vida. Billy (Kurt), fue uno de los supervivientes, y según sus propias palabras, el escenario que quedó era lo más parecido a un paisaje lunar. Los libros no se ponen de acuerdo sobre el número de muertos. Unas fuentes aseguran que serían 130 000 y las oficiales oscilan entre las 25 000 y las 40 000.

En Matadero Cinco asistimos a una narración desordenada en el tiempo (ríete de Pulp Fiction), pero nada complicada de seguir. Es más, es incluso parte de la gracia de este cómic, que refuerza la intención del autor de hacer ver el sinsentido de la guerra, pero también del sufrimiento y en mi opinión,  incluso de encontrar un sentido a la vida, a la existencia. Si todo está ya predeterminado, lo que debemos hacer, y el mismo Billy lo dice, es “ignorar los momentos terribles y concentrarse en los buenos”.

Sea como sea Matadero Cinco se lee con mucha expectación y curiosidad. El argumento es muy adictivo y la peculiar forma desordenada de transmitirlo hace que la lectura y el mensaje se potencien aún más. El dibujo es perfecto, al igual que el color,  y reconocible el estilo de Monteys.

Esta es una gran oportunidad para descubrir una lectura mítica, necesaria y atemporal.

Entretenimiento y placer puro y duro cada vez que lo relea, porque esta es una de esas historias que gana con las relecturas.

Y porque… así fue y será.

Deja un comentario