Los atajos que siempre me llevan al olvido, son cada año que pasa más obvios, más frecuentes y, lo que es peor, más efectivos. No sé si son por pura degeneración, por necesidad o por mera defensa de la mente de la acumulación que tiene de ruidos, imágenes, pasos perdidos, montañas de malos recuerdos o de sonrisas echadas a perder. Sin embargo, aunque parezca contradictorio, lo que he perdido de ese recuerdo retrospectivo, el que quiere evocar un nombre de la punta de la lengua, una ciudad con tres puentes sin apellido, un momento triste o feliz, un paraíso perdido, una palabra alargada por el viento; lo he ganado con la sensación de que cualquiera de los sentidos, en un momento dado, me hace revivir aquel olor, aquella música, aquel sabor, aquella suavidad que no volveré a sentir o, como en “Escenas de cine mudo”, la visión de fotografías que no solo me extraen unas caras o unos paisajes del pozo del cerebro, sino que se alían con el olfato, el tacto, el gusto o el oído para que de ese papel, aparezcan claras las sensaciones que llegué a tener aquél día, en aquel momento en las que me las sacaron: ahora tengo colgada enfrente mío una foto ya antigua en la que siento todavía el frío de aquella tarde de otoño mientras nos cubría el humo y el fuerte olor a tabaco negro y la cámara fallaba porque, en aquel bar en el que sonaba “Fool’s overture” de Supertramp, la luz parpadeaba a punto de fundirse; y todos nos mirábamos, tan jóvenes que pensábamos que éramos eternos.… Leer la reseña completa del libro "Escenas de cine mudo, de Julio Llamazares" “Escenas de cine mudo, de Julio Llamazares”