Prometo que yo no soy seguidor de los Juegos Olímpicos. De hecho, me he ganado más de una bronca con mis conocidos por decir que no estaba viendo ninguna de las pruebas. Y digo esto porque parece que, en mi vida lectora, están entrando lecturas sobre los juegos un día sí y otro también. Hace poco fue la reedición de Asterix y Obélix y los Juegos Olímpicos y hoy le toca el turno a Mortadelo y Filemón: Río 2016. Y como ya dije anteriormente soy un seguidor de estos dos agentes desde que no levantaba casi ni dos palmos del suelo. Creo que fueron los primeros tebeos – cuando todavía se llamaban tebeos – que cayeron en mis manos y recuerdo esas tardes, ya fueran veraniegas o invernales, donde iba pasando las páginas y me reía a carcajada limpia con lo que podían ofrecerme esos dos personajes. Hoy, con el paso del tiempo, es cierto que la carcajada ha bajado de intensidad, pero siguen pareciéndome unas historias que manejan el humor a la perfección y que saben trasladar a las viñetas muchas de las cosas que están pasando a nuestro alrededor. Ahora le ha tocado el turno a los Juegos Olímpicos, y estoy seguro que en la próxima publicación tendrá mucho que ver con lo que la actualidad nos depare. De momento, y atendiendo a la espera, vayamos con un poco de deporte…
Mortadelo y Filemón son destinados a los juegos de Río ya que hay una conspiración que está haciendo que los deportistas más fuertes se conviertan en unos debiluchos. Los agentes más conocidos de la T.I.A. investigarán, a su manera, qué es lo que está sucediendo para dar con el culpable.
Hay algo que siempre ha de tenerse en cuenta a la hora de leer una nueva historia de Mortadelo y Filemón: no se le debe pedir demasiado. No quiero decir con esto que no sea interesante, pero acercarse a un título de estos personajes pensando que va a tener el mismo tono y nos va a dejar las mismas sensaciones que las historias que leíamos cuando éramos pequeños es un error. Lo importante de Mortadelo y Filemón: Río 2016 es ese humor absurdo que no tiene mucho sentido, pero que nos divierte igualmente. Los cambios de disfraz de Mortadelo, los desastres en los que convierten cada cosa que tocan, Ofelia y su mala leche, todos esos elementos que, aunque se repitan en cada uno de los títulos publicados, los lectores buscamos que aparezcan como si nos fueran la vida en ello. Y es cierto que quizá la historia, el argumento de este cómic no sea demasiado original pero no importa demasiado cuando haya una pequeña sonrisa, por pequeña que esta sea, dibujada mientras se van sucediendo las páginas.
Recuerdo que cuando empecé Mortadelo y Filemón: Río 2016 pensé que estas historias me han acompañado tanto a lo largo de mi vida – tanto personal como profesional – que era increíble cómo un autor como Francisco Ibáñez era capaz de haber recorrido el camino de muchos de nosotros casi sin inmutarse y sin dejarnos con su visita de cada año. Y es que a veces los libros, los cómics, cualquiera que sea su formato, son más importantes por lo que representan que por lo que digan en sí mismos. Porque alguno de vosotros puede decirme que no nos cuenta nada nuevo, que en realidad es la misma historia contada una y otra vez en diferentes escenarios, y en su fondo tendréis razón. No hay que olvidar la máxima: cuando algo funciona, sigue haciéndolo. Pero no es menos cierto que, cuando se trata de volver a tener entre nosotros a Mortadelo y Filemón, es nuestra propia historia la que juega un papel importante en su lectura. Todos aquellos que, como yo, siguen año tras año las publicaciones de esta pareja de agentes, se verán recompensados. Quiénes se metan por primera vez en este mundo lleno de surrealismo disfrutarán como enanos con las escenas tan hilarantes que produce. En definitiva, uno de esos momentos en los que, a pesar de ser ya conocido, sigue pareciéndonos tan interesante como al principio.