Después de haber leído algún libro que otro sobre la vida de Henri Chinaski, por fin he llegado a esa obra en la que narra su vida como escritor. Si sois asiduos de Bukowski, sabréis que la mayoría de sus libros están basados en la frustración que sufrió antes de convertirse en escritor. Su obra se puede ver clarísimamente diferenciada en dos etapas: el antes y el después. El antes: cuando tenía que aceptar trabajos precarios y odiosos para mantenerse vivo un día más. El después: igual, pero siendo escritor.
El último libro de Bukowski que leí fue Cartero. En él, Chinaski, el alter ego del escritor y protagonista mayoritario de sus obras, trabajaba en Correos mientras veía cómo pasaba la vida. Chinaski vive en la miseria, con la compañía de las borracheras, las resacas y algún que otro cuerpo de mujer. Con esos tres elementos y una máquina de escribir, Chinaski podría alcanzar el nirvana. Para qué más. Pero, ¿a quién no le gusta que se le reconozcan sus méritos? Imagina que dedicas toda tu vida a escribir pero que jamás ves tu obra publicada. Imagina que te pasas los días amando a las mujeres y contemplándolas como seres extraordinarios y que jamás encuentres a una que te corresponda. Así es su día a día.
En Mujeres por fin Chinaski ve sus sueños hechos realidad. Escribe asiduamente (y cobrando por ello) y ha conseguido casarse con alguna mujer. Pero nuestro protagonista es el claro ejemplo de cómo un hombre puede tropezar con la misma piedra dos veces (o veinte). Y cómo, a pesar de tenerlo todo, consigue tirar todo el esfuerzo por la borda.
Chinaski no sabe escribir si no es estando borracho. Bebe una botella de whisky noche sí, noche también. Se acuesta con todas las mujeres que le permiten entrometerse entre sus piernas. Tiene algún que otro hijo, pero no sabe ni cómo se llama. Sigue siendo rematadamente odioso e imbécil y eso es lo que hace que no podamos dejar de leer. Lo mío con Chinaski es como una relación de amor-odio. Me encantan las historias que cuenta, me atrapan sus reacciones, su arremolinada vida y quiero que por fin el destino se porte bien con él. Pero después me doy cuenta de que es un idiota (incluso llegando a ser mala persona) y de que todo lo malo que le pasa, le pasa con razón. Y en el fondo —muy en el fondo, no os vayáis a pensar que me alegro por las desgracias ajenas— no termina de decepcionarme el que su vida sea un auténtico desastre. Ya sabes, por el karma y esas cosas.
En la reseña de Cartero comentaba que las historias de Bukowski empiezan mal, pero acaban peor. El que lee a este autor, ya sabe lo que esperar. Historias crudas, escritas desde las entrañas de una mente extraña y enrevesada. A Bukoswki hay que saberle entender. Pasa lo mismo que con su personaje: o le amas o le odias. Y con razón, pues su narrativa no está hecha para todos los gustos. Y eso, en mi opinión, es de lo mejor que se puede decir de un escritor. Hacer algo que le guste a todo el mundo es difícil, pero asequible a la larga, ya que si tienes éxito, el esfuerzo se verá recompensado. En cambio, escribir a sabiendas de que tu libro le va a gustar a muy poca gente, me parece de un mérito inconmesurable. Y a Bukoswki le da exactamente lo mismo si a mí me gusta su libro o no. Le importa una mierda, hablando claro. Y eso, aunque me cueste reconocerlo, es lo que más me gusta de él.