Muro fantasma, de Sarah Moss, me ha durado un rato. Vale, solo tiene ciento cuarenta páginas, pero es que no he podido soltarlo.
Cuando leí la sinopsis, ya supe que me iba a gustar: una familia se une a las prácticas de un curso de antropología experimental, en las que un profesor y tres alumnos recrean la forma de vida de los cazadores recolectores de Northumbria durante la Edad de Hierro. Para los alumnos, es un juego; para el profesor, trabajo; pero Silvie, de diecisiete años, conoce bien a su padre y es consciente de que, si el grupo no se lo toma en serio, habrá consecuencias.
Convivencia y supervivencia: una mezcla explosiva.
La novela empieza fuerte. En el primer capítulo, presenciamos uno de los sacrificios rituales característicos de la Edad de Hierro en esa zona: una mujer atada de pies y manos es ahogada en un pantano, delante de toda la tribu. En el siguiente capítulo, viajamos al presente, y es cuando Silvie toma la palabra y nos cuenta lo que sucede durante esos días que se pierden en la naturaleza, en los que no solo descubre la forma de vivir de antaño, sino cómo es el día a día de unos jóvenes que no han tenido tantas restricciones como ella.
¿Vestirse con túnicas de tejido tosco, comer raíces y hojas, buscar agua y cuidar del fuego es suficiente para deducir los pensamientos y la visión del mundo de esos hombres y mujeres que vivieron hace dos mil años? El padre de Silvie, un conductor de autobuses cuyo pasatiempo favorito es la historia, cree que sí. Al menos, pone todo su empeño en conseguirlo. A su carácter obsesivo se le suman la autoridad y el desprecio con los que trata a su mujer y a su hija. Eso provoca que el ambiente se vaya enrareciendo tanto en el grupo como dentro de su familia y que la violencia los imbuya poco a poco. Porque no hay supervivencia sin sangre.
Personas del siglo XXI viviendo como dos mil años atrás fue la premisa que llamó mi atención, y he disfrutado con las conversaciones entre los personajes. Mientras que el padre de Silvie idealiza las costumbres del pasado, el resto las desmitifican con sus comentarios (sienten y hablan como lo haríamos la mayoría de los urbanitas). Pero lo que de verdad me atrapó fue la perturbadora relación entre Silvie y él. La adolescente vive sometida a su padre, pero lo niega una y otra vez. Sarah Moss ha hecho un gran trabajo metiéndonos en la piel de este personaje maltratado. Por eso, Muro fantasma es tan adictivo. La tensión está latente, y yo, al igual que Silvie, temía la reacción de su padre cada vez que alguno de los personajes se saltaba las normas del experimento. También sufría por ella, que, hiciera lo que hiciera, siempre estaba en el punto de mira. Y con ese desasosiego, llegué a la página ciento cuarenta.
Muro fantasma es una novela corta que, sin necesidad de artificios, ha conseguido hacerme sentir, para bien y para mal. Y se ha quedado rondando por mi cabeza por su reflexión sobre civilización y barbarie y por mostrar una perspectiva sobre el pasado que me ha hecho recapacitar sobre el presente. Sin duda, una de mis lecturas favoritas en lo que va de año.