Como agua para chocolate quizá sea el libro que más veces he leído y, sin duda, es uno de los que más han marcado mi vida, pues con él descubrí el realismo mágico, el género literario que más me apasiona. Adoro ese libro, su dulzura y sensualidad, sus personajes y esas escenas que se mueven entre los límites de la realidad y la fantasía. Por eso, cuando me enteré de que Laura Esquivel iba a publicar Mi negro pasado, la continuación de Como agua para chocolate, tras El diario de Tita, me emocioné. Y también me temí lo peor, para qué negarlo. Porque ya sabemos todos que las segundas (o terceras) partes no suelen gozar de buena fama y porque leer la continuación de un libro idolatrado tiene todas las papeletas para defraudarte.
Con esas emociones encontradas, comencé la lectura de Mi negro pasado, historia que nos cuenta las vicisitudes de María, tatarasobrina de Tita De la Garza, cuando da a luz a un niño negro y todo el mundo cree que ha sido infiel a su marido. Entre unas cosas y otras, acaba en la casa de su abuela Lucía, donde descubre que tiene antepasados negros y se reencuentra consigo misma y con las tradiciones de su cultura, esas que la vida moderna, poco a poco, ha hecho caer en el olvido.
No es necesario haber leído Como agua para chocolate para leer Mi negro pasado, pues tiene elementos de sobra para funcionar como historia independiente. Si yo la hubiera leído así, habría disfrutado de un libro ameno que se lee en un suspiro. Pero, de ese modo, no hubiese significado nada para mí. Los que han hecho que esta lectura sea especial son los constantes guiños a la historia original, a sus momentos más recordados, a sus entrañables protagonistas. Reconozco que con solo leer las primeras líneas de la novela y reconocer ese inicio que me sabía de memoria —y que de pequeña recitaba como un mantra simplemente porque así comenzaba la película que me hizo descubrir el libro—, se me encogió el corazón. Igual que con el resto de referencias, que me daban ganas de leer por enésima vez mi adorado Como agua para chocolate.
Tanto me he acordado de la primera parte gracias a este libro, que he echado en falta más realismo mágico, esos momentos y metáforas que tanto me fascinaron en aquel. En Mi negro pasado, solo aparecen en contadas ocasiones, de la mano de la abuela Lucía y su difunto marido, principalmente. Quizá haya sido un recurso más de Laura Esquivel para evidenciar el trasfondo de esta novela: cómo, en la actualidad, hemos perdido la conexión con las emociones y con el mundo que nos rodea (aunque no todo es crítica a las nuevas tecnologías, pues el libro tiene su propia playlist en Spotify).
Lo que sí hay en Mi negro pasado, al igual que en Como agua para chocolate, es un homenaje a la cocina mexicana, que se presenta como una forma de dialogar con el universo; a la alquimia del amor, ese sentimiento capaz de iluminar el pensamiento y mantener con vida a los que ya se han ido; y a la fuerza de las mujeres, que cargan con los prejuicios, miedos y culpas de su pasado, pero, aun así, luchan por su libertad y por el cambio.
Mi negro pasado no pasará a la historia de la literatura como su predecesora, ni ocupará los primeros puestos de mi ranking personal, pero ha sido un grato reencuentro con la familia De la Garza, a la que siempre llevaré en mi corazón.
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