Hubo una época en la que seguí regularmente un documental en el que se mostraba la cultura culinaria de diferentes lugares del planeta. La conductora del programa era una británica que trataba siempre de encontrar el plato de cocina más extraño que se preparaba en la región que estaba visitando. Así pues, y no sin cierto desagrado, mostró a los telespectadores como en algunas localidades de Vietnam disfrutaban del balut, que no es otra cosa que un huevo fertilizado de pato o pollo. Al abrir el huevo allí estaba el embrión, listo para ser devorado. En Bangkok eran vendidos en cucuruchos de papel toda clase de insectos fritos listos para ser la manduca de cualquier transeúnte. La cara de la británica era un poema. Y aún lo fue más cuando en Corea se encontró cara a cara con el sannakji: un plato que consta de crías de pulpo, debidamente condimentadas, que cuando se sirven ante el comensal todavía se mueven. Y entonces llegó el estofado de lengua de ternera, con su salsita, todavía humeando y con patatas fritas de acompañamiento. La británica apenas probó un trozo, su rechazo fue absoluto. ¿Pero cómo es posible? ¡Pero si ante ella tiene un maldito manjar! Las patatas fritas fue lo único que se llevó al gaznate para no marcharse de vacío. ¡Sacrilegio! Entonces lo entendí: nuestro modelo de alimentación, al menos una parte, había resultado un choque cultural drástico para ella. De igual forma que puede serlo para nosotros descubrir que algunas tribus de Etiopía desangran a las vacas para beber su sangre.
Un choque de culturas es también lo que el mangaka Nagabe (La pequeña forastera: Siúil, A Rún) nos relata en su obra Nivawa y Saito, publicada por Ecc en una edición especial y limitada que recoge la serie completa. El marcado tono humorístico quita hierro al asunto para mostrarnos esa sensación de desasosiego y ansiedad al descubrir que en ese país en el que ahora estamos las normas parecen estar del revés. Nada cuadra y nos entra el agobio. Pero Nagabe también nos obsequia con la medicina adecuada para tratar esa afección, y esta pasa por palabras clave como empatía, entendimiento y paciencia, mucha paciencia. Como de la que deberá armarse Saito, uno de los protagonistas del manga que hoy nos ocupa.
Saito es un nini de treinta y tantos años que vive solo en su apartamento. Sus días discurren en la monótona rutina de jugar a videojuegos en el móvil o el ordenador, ver películas, leer mangas, dormitar en cualquier momento y alimentarse de noodles instantáneos. Todo cambia cuando ante su puerta se presentan dos Afica: una hembra y su cría. Los Afica son una tribu subacuática que reside en las profundidades de la tierra. La apariencia de éstos recuerda en algunos aspectos a la raza acuática de los Zora que habita en algunos juegos de The Legend of Zelda, en otros recuerda al bicho marino que aparecía en la película La forma del agua. Los Afica son también muy conocidos por sus habituales intercambios culturales con los humanos. Y así, de la noche a la mañana, y obligándole a dar un vuelco de 180 grados en sus hábitos, Saito deberá hacerse cargo de Nivawa: un niño Afica. Y esto no sería un problema para Saito si no fuera porque él adora vivir solo, y porque no le gusta que le cambien la rutina, y porque, por encima de todo, odia con toda su alma a los niños.
Las situaciones que acontecen en el cómic de Nivawa y Saito, y como era de esperar, empiezan con aquellas que tienen que ver con las funciones biológicas y básicas de un ser vivo: comer, beber, dormir, etcétera. Calentar un bote de noodles, utilizar la ducha o buscar el sitio adecuado para descansar pasan por el adecuado intercambio cultural, no exento de cachondeo, de momentos absurdos, de personajes estrafalarios y de un humor blanco que en muchas ocasiones (por aquello de niño aprendiendo y adulto intentando aguantar la compostura) recuerdan al manga Yotsuba! A éstas se les irán añadiendo más situaciones, todas habituales en la convivencia del día a día, tan corrientes que el manga podría considerarse una historia costumbrista de humor.
Dentro de la aparente simpleza de Nivawa y Saito que incluso concierne al dibujo (sencillo, donde solo importan los personajes protagonistas y la habitación en la que conviven) la catastrófica y divertida relación entre el “niño pez” y el nini nos deja un mensaje de crecimiento personal que va calando capítulo a capítulo. Y a medida que el acercamiento se hace patente entre Nivawa y Saito nosotros descubrimos que lo cotidiano puede seguir asombrando, que nunca está de más llamar a esa persona que quieres para hacérselo saber y que algo inesperado que al principio es incómodo, con el transcurso del tiempo y la debida paciencia, puede llegar a transformarse en algo bueno.
1 comentario en «Nivawa y Saito (Edición Integral), de Nagabe»