No sé bien como empezar a explicaros la historia que nos cuenta Peter Stamm en esta pequeña novela. Pequeña de tamaño, no por su contenido. Hoy voy a empezar por el argumento, para variar.
La protagonista principal es Gillian, que está convaleciente en una cama de hospital, desfigurada, tras un grave accidente de coche. En el accidente fallece su pareja y también muere la vida que lleva hasta ahora. Era presentadora de televisión y tenía un relativo éxito, tanto por su trabajo como por su belleza. Una vida aparentemente ideal. Por el programa cultural en el que trabajaba, en su vida se había cruzado con Hubert, un artista algo excéntrico, con el que mantendría una extraña relación. Hubert es el segundo actor de esta novela, al que Gillian cederá el protagonismo durante algunos pasajes de la historia.
Es una novela contada en varios tiempos, que nos va tejiendo la vida de los protagonistas. Nos muestra cómo un acontecimiento más o menos grave, hace que gires tu posición completamente, y que empieces a ver las cosas de manera diferente. A Gillian el accidente le hace cambiar la perspectiva y siente la necesidad de reinventarse. En algunos momentos creo que ella misma percibe que esa nueva Gillian, es la verdadera, la que siempre fue, pero que su físico y las circunstancias que le rodearon, la empujaron a ser un artificio, una caricatura. Aunque parecía que ya lo tenía todo, la protagonista era una persona insegura, con dudas sobre sus propias capacidades e incluso su físico. Mantenía una relación fría con sus padres, sobre todo con la madre y una relación artificial con su marido, basada en la pose para las cámaras. A mí me ha transmitido soledad e inseguridad. La Gillian post-accidente, también está sola, pero más en paz con ella misma, sin mentirse.
Hay una gran introspección de los personajes. Un trabajo profundo en la psique de los protagonistas y su evolución. Es honesta, ya que cuenta tanto los buenos como los malos pensamientos. No oculta nada. Escuchamos todo lo que piensan. Aunque no te guste, la vida y las personas, somos así. Esto no la hace difícil de leer, a ver si vais a pensar que es un tratado sesudo, que no. El autor tiene mucho arte y ha podido llegar a enseñarnos toda esa profundidad de forma sencilla, sin florituras y con cierta distancia. Me ha gustado mucho el lenguaje, las descripciones son concisas, concretas, certeras. Frases cortas y directas. Diálogos que aligeran la narración.
Peter Stamm es suizo, según la solapilla del libro, estudió filología inglesa, psicología, psicopatología e informática, aunque no tengo claro que finalizara ninguna de las cosas, yo leyendo esto me siento canija y entiendo mejor su forma de escribir. Ha vivido en Nueva York, París y Escandinavia y tiene una obra bastante extensa, no solo de prosa, sino también de teatro y radioteatro.
Noche es el día, el título, está tomado de un soneto de William Shakespeare:
“Noche es el día en que verte no consigo
día las noches que soñando estoy contigo”
Que comienza diciendo:
“Veo mejor si cierro más los ojos,
que el día entero ven lo indiferente…”
No lo entendía bien, hasta que lo analicé. Preciosa metáfora de lo que en realidad deberíamos observar. No es tan importante lo que se ve, sino lo que está en nuestro interior. Lo que vemos si cerramos los ojos y nos miramos hacia dentro. Noche como metáfora de oscuro, oculto, engañoso. Se hace la luz cuando nos vemos de verdad. No es tanto para los demás como para uno mismo. Unos de los trabajos que tiene que hacer nuestra mente, cuando vamos creciendo, es construirse una imagen de nosotros mismo, esto no es fácil, de ahí las crisis que nos acompañan toda la vida: la del niño pequeño cuando se empieza a reconocer en un espejo, la del adolescente que sufre una revolución física y mental en muy poco espacio de tiempo, la de la mediana edad y así hasta que nos morimos. En nuestros días esto todavía se hace más complicado. Nunca ha existido una época en la que se haya adorado tanto a la imagen. Vivimos por y para la imagen. Nuestras redes sociales nos definen. Filtros, poses, distorsiones. Las pantallas nos devuelven nuestra imagen ficticia, una reconstrucción de nuestro yo, que nos acabamos creyendo. Nos hace falta más que nunca, cerrar los ojos y meditar sobre quienes somos realmente. Buscar nuestro yo. Vernos.