Nosotros caminamos en sueños, de Patricio Pron
Las guerras son distintas, pero en el fondo se parecen. Todas acaban con vencedores y vencidos, como si se tratara de un chiste malo que se repite una y otra vez, sin descanso. El verdadero motivo de una guerra puede ser cualquiera – religión, política, un conflicto enquistado absurdo -, pero en cualquier caso sirve de chispa para que saltemos y nos convirtamos o bien en asesinos o bien en víctimas. Aunque en realidad, ahora lo que pienso, todos somos víctimas en un juego movida por una mano invisible, por alguien que siempre está por encima de nosotros y que nos olvida en el mismo momento en que nuestros ojos se cierran. Nosotros caminos en sueños es guerra, sí, pero también es espectáculo, que como decía Queen, debe continuar, y lo hace a borbotones, con la sangre recubriendo la tierra removida, con el sinsentido de lo que no se comprende a la perfección, con la verborrea que se expulsa por la garganta pero que no deja de ser un mensaje sin significado, o con las bombas que nunca caen pero que están ahí, en silencio, a punto de estallarnos en plena cara. Será una forma de vida, lo de las guerras digo, y aunque lejanas allí se encuentran, buscando el momento justo para trastocarnos y evidenciar algo que nos ha faltado siempre: sentido común. Algo tan simple, pero que tanto escasea. Una vida llena de metralla que se incrusta en el lenguaje, ese que el autor sabe manejar de maravilla, que nos vuelve combatientes en una lucha que, aunque no hayamos vivido, ya hemos hecho nuestra. Porque en el fondo, como bien dice Patricia Pron, la guerra es una puta mierda, pero es una mierda envuelta siempre en palabras con grandilocuencia, con un disfraz de salvar a la patria que, muchas veces, se convierte, simplemente, en la pura supervivencia de la especie.
Me vienen a la cabeza, a la hora de describir Nosotros caminamos en sueños, sensaciones encontradas que batallan por ganar. La primera, haber leído algo tan bueno que hasta la saliva se agota a la hora de hablar de las bondades de esta obra. Quizá sea porque en este monólogo ininterrumpido en que nos envuelve Patricia Pron la verdadera naturaleza humana es radiografiada en su mayor expresión. Somos animales que luchan, aunque no entiendan nada de lo que pasa a su alrededor, pero luchan. La segunda de esas emociones viene de la mano de un compañero que me preguntó cuando vio lo que estaba leyendo: ¿pero de verdad se necesitan más novelas sobre guerra?. Y uno se pone a pensar si será eso cierto, si en realidad es posible que estemos agotados, como lectores, de historias que tengan que ver con guerras – sean imaginarias o no – y todo el sinsabor que dejan tras su paso. Pero después me sobreviene esta lectura, su final, el hecho de cerrar la última página y me doy cuenta que no, que son necesarias, que quizás hayan muchas historias parecidas, pero que ninguna está escrita como esta, así, desde las tripas, desde el vómito que nace del estómago y que lo suelta todo, dejándonos empantanados sí, pero diferentes también, con ese toque que da la literatura para algunos que, como yo, disfrutamos de meternos en el fango y de sabernos complicados en un mundo donde parece primar lo simple.
Pero aunque hablemos de guerra, Nosotros caminamos en sueños comparte protagonista con la risa descarnada, con el humor bizarro, sí, la rareza que crea la regla, esa que a veces tanto marca y deja heridas que no pueden cicatrizar. Porque no hay mayor venganza para una guerra que tomárnosla a broma, con un humor negro que llega al tuétano, que sobresale por la piel y nos deja en plena levitación. Gusto de considerarme una persona irónica, practicante del sarcasmo, y adorador del humor que trasciende los lugares que se creen sacrosantos. Siempre he pensado que, sea cual sea el tema – salvo contadas excepciones – la vida sin humor no sirve de nada. Por eso lo que hace Patricio Pron con las palabras es de agradecer en un mundo donde, tras centenarios de guerras mundiales, y batallas a las que no se les pone nombre por considerarlas poco interesantes. Al fin y al cabo, aunque las guerras sean distintas, en realidad se parecen, ya lo dije antes, y cuando nos paramos a pensar en lo que ha cambiado, en lo que se ha convertido la realidad después de la última bomba, o del último disparo, o la última muerte, lo que nos queda es la sensación de ser completamente diferentes. No peores ni mejores. Simplemente diferentes. Y ese cambio ya, de por sí, es un buen añadido a todo lo que está por venir para que no se repita. ¿No creen, entonces, que las novelas de guerra son necesarias?
Pues tiene buena pinta, voy a hurgar máS por aquí..