Otoño, de Jon McNaught
Nunca había pensado en el otoño como un final, hasta que abrí por primera vez la novela gráfica de Jon McNaught. Titulada originalmente como Dockwood, el nombre de una pequeña ciudad al sureste de Inglaterra, Otoño empieza como un final. El del verano. En concreto el de sus rebajas. Un cartel te da la bienvenida a sus viñetas. Conduzcan con cuidado, advierten. Al fondo empieza a amanecer, mientras entre sus páginas solitarias desfilan sus dos historias. Por un lado, la rutina de un chef de cocina que trabaja en una residencia de ancianos. Por el otro, la de un adolescente repartidor de periódicos y aficionado a los videojuegos. Los dos relatos se solapan en medio de las mismas calles, gracias a ese fondo otoñal, de tonos cálidos, donde la naturaleza, en un alegato por la vida, sigue ininterrumpidamente su curso.
Y es que, a lo largo de Otoño, da la sensación de que el tiempo se detiene y avanza a la vez. McNaught va de lo general al detalle, al detalle del detalle de hecho, mientras disecciona con su lápiz otras rutinas. A ratos profundamente evocadora, contemplativa o melancólica, hay en Dockwood demasiada belleza. Y no me refiero solo a su expresión artística, donde la palabra se ve relegada a un segundo plano más bien funcional. Sino a ese modo sosegado y directo, mucho más pasivo y diluido, con el que te atrapa entre sus páginas y de repente te sorprende, a ti también, observando una hermosa puesta de sol sobre el papel.
Publicada originalmente en 2012 –a España llega ahora gracias a Impedimenta–, es esta novela gráfica una obra esencialmente visual con banda sonora propia, un conglomerado de sonidos entre Bon Jovi, Aerosmith y todas sus onomatopeyas, apenas interrumpida por los diálogos, donde redunda la imagen dentro de la imagen. Paisajes atrapados en los cuadros, otoños dentro de las televisiones y atardeceres de videojuegos, a los que sus personajes prestan más atención que a los reales, como si uno se estuviera leyendo a sí mismo. Un festín, en cualquier caso, para los sentidos. Pero también, para las emociones.
Uno contempla este Otoño –por el que Jon McNaguht obtuvo el premio de Autor Revelación en la Feria del Cómic de Angoulême–, como si fuera un personaje más que mirara a través de una ventana y la ventana le devolviera su propia realidad. Una mezcla extraña entre nostalgia y belleza, agridulce, que deja esa ambigua sensación que queda cuando se termina la jornada y regresas solo a casa.
Mientras, otros animales se preparan para migrar.
Uno de esos días del montón en que uno respira e, inesperadamente, descubre que el tiempo avanza y todo se está transformando. Una tarde cualquiera, los árboles, las hojas, los tonos anaranjados, rojos pálidos y azules. Los charcos y los pájaros. Las cosas bellas que a veces no escuchamos. El lenguaje sutil del entorno que nos rodea. Lo ajeno que habla también de nosotros.
Después todo termina, con un fundido a negro. El de la noche.
Pero, si hay suerte, a nosotros aún nos quedan muchas tardes de ese Otoño.