Cuando una tiene que escribir una reseña sobre una novela de la que tanto se ha escrito y que va ya por la séptima edición, una se vuelve muy pequeñita. Si solo fuera eso, el no estar a la altura de todo lo que se haya podido decir sobre ella, podría tener un pase. Obviamente, han escrito mucho y bien sobre Panza de burro y lo habrán hecho mucho mejor de lo que yo pueda hacer nunca. Pero no se trata solamente de eso. Desde que terminé de leer esta novela ando así, medio encogida, medio chiquita. Son dolorosas estas novelas que te obligan a “hacerte cueva o nimiedad”, como dice la poeta Concha García. Con Panza de burro me ha ocurrido esto: yo solo quiero hacerme cueva, hacerme nimiedad y dejar que el corazón sane después de leer esta historia que ha escrito Andrea Abreu.
Sé que voy a necesitar tiempo y que estas dos niñas, protagonistas de esta novela, van a acompañarme, van a quedarse dentro de mí. Es justo: tienen ya su espacio en este corazón encogido. Ellas me acompañan en mi cueva.
¿Por dónde empezar? Quizás por Isora, esa niña de ojos verdes, tan echadita palante, tan sin miedo. Una niña que perdió a su madre y que vive con su abuela Chela, la dueña de la venta del barrio y su tía Chuchi. Una niña que transita el paso a mujer en un verano incierto en Tenerife, en el que pasa los días con su mejor amiga esperando que alguien, por fin, las lleve a ver el mar.
He empezado por Isora, pero nuestra narradora es la amiga, quien nos descubre y presenta ese verano. Ella, que quiere ser como Isora, así de echadita palante, capaz de hablar con niños y adultos, la que tiene las mejores ideas, la que anda en ziszas, la Isora del shit, la que odia a su abuela y la llama bitch, la que tiene un perro que se llama Sinson que no hace más que frotarse el culo con el suelo. Isora. La mejor amiga de nuestra narradora. La que siempre la acompaña a casa. Y a la que siempre acompaña a casa. La amiga de la que no sabe despedirse. La amiga que anda constantemente sacándose las bragas de la raja del culo. La amiga de “acompáñame, chacho, que siempre te acompaño”. Esa amiga.
Es imposible no sentirse reconocida en esta amistad, da igual la generación a la que se pertenezca y las referencias culturales que se tengan, lo que prevalece, ese vínculo, esa amistad de estas dos tinerfeñas va mucho más allá de todo eso y para quienes hemos tenido la suerte de conocer una amistad así, esta novela es todo un volcán de sentimientos que acaba por estallarnos en la cara. Así de simple, así de duro, así de necesario.
Andrea Abreu consigue plasmar un maravilloso retrato de la cultura canaria, de su cultura, su léxico, sus gentes y costumbres. Seas o no canario, seas o no de Tenerife o del mismo barrio que Andrea, es fácil entender los giros debido a la naturalidad con que los inserta Andrea en el relato. Es tremendamente sencillo, como os decía antes, sentirse identificado con esta historia de amistad tan real y emotiva.
Qué maravilla de libro ha escrito Andrea Abreu. Qué manera de sentirme sobrecogida y pequeña con estas dos niñas. Qué pedazo de novela es Panza de burro, lectores.
Panzaburra es, o era, un color.
Un color. En mi pueblo se dice de los días que están nublados, blancuzcos. Se dice panza de burra.