Pequeñas historias de la calle Saint-Nicolas, de Line Amselem
Lo terminé. Y no, no pienso esperar a que repose ni un minuto más en mi cabecita, estoy hirviendo de ganas de contarles algo sobre estas “Pequeñas historias de la Calle Saint-Nicolas”.
Quien me lo ha regalado, sabe que la editorial Xordica me está sorprendiendo muy gratamente, como cuida el diseño, las portadas… Pero sabía, sobre todo, que la lectura del libro me haría desear contar, compartir y animar a que todos leáis esta “curiosité” literaria.
Otra vez un libo en forma de caja de pequeños bombones para compartir. El chocolate siempre tiene esa capacidad evocadora de la infancia… Y si digo bombones es porque cuando alguien narra en primera persona y de una forma tan cercana y aparentemente sincera, no podemos hablar de chocolate sin más. Incluso ha habido capítulos en los que el bombón venía relleno de las mejores y más exquisitas sorpresas.
Line Amselm, la autora, nos narra su infancia a través de estas “Pequeñas historias de la calle Saint-Nicolas”, sus pequeñas historias, las más ciertas, aquellas que quedaron en el fondo de sus recuerdos infantiles
Los padres de Line nacieron en Marruecos y en los años sesenta, como tantos otros judíos procedentes del Magreb, emigraron a París, primero el padre, que pasó de ser un hombre de una cierta posición en su país, a ser un “judío pobre” ¿Pensaban, como yo, que no existían?
Nuestra autora nace en 1966, tiene una hermana y un hermano mayores, y nace ya como ciudadana francesa, pero en una familia diferente. Ser y sentirte distinto entre los distintos…, es curioso que poquito han cambiado algunas cosas. Algunos insisten en olvidar de donde vienen, otros olvidan que llegaron de lugares distintos, con otras formas de vida, otros ritos … Que importante es recordar… Al menos para ser más justos.
Entras en la vida de una familia en la que dirías que no pasa nada. Pero pasa; pasa de forma sencilla la vida. Como en un paseo, de casa a la zapatería de papá pasando por la pastelería en la que nos quedamos siempre mirando esos pasteles que un día, por fin, podemos comprar. En mi caso sería al revés, mi padre era el pastelero y yo la que miraba siempre con ojillos lamineros aquellos zapatos de negro charol reluciente…
Esta estupenda historia la recomiendo para que, cuando regresen a París, puedan pasear por la Calle Saint-Nicolas con otra mirada, pero también para que regresen a aquellas calles en la que pasaron su infancia, o su juventud, como en el caso de aquella “Ropa tendida” de la que nos habló en su día Eva Puyó cuando miraba por el retrovisor de la vida… La familia, les decía entonces, es ese patio interior en el que todos intentamos ocultar, de las miradas ajenas, nuestras miserias. Y es que todos tenemos pequeñas historias a las que debemos acercarnos con todo el cariño que puede darnos el espacio y el tiempo… Y el recuerdo selectivo es siempre amable, aunque recordemos, incluso, las lágrimas derramadas.
Yo también recuerdo mis días de niña en Valls, viviendo en el barrio de los Judíos, siendo distinta entre las distintas … pero igual entre mis iguales. Creo, en definitiva, que si somos capaces de recordar la infancia, entresacaremos aquellos momentos más felices, y por los otros, los tristes y dolorosos, pasaremos de puntillas; los haremos presentes sí, pero como hace la autora, a través del dolor ajeno: Que, como casi siempre ocurre, condensaremos en el dolor y las lágrimas maternas.
Susana Hernández
¡Que gran reseña, Susan, y que libro más apatecible!
Un abrazo,
Andrés
Desde luego Andrés el libro me ha gustado mucho, uno de esos que te van dejando huella mientras vas leyendo.
Gracias por tu comentario!
Susana, la reseña es encantadora y muy evocadora. Valoro el libro por todo lo que cuentas que es capaz de transmitir, y por esas costumbres que para mí son muy desconocidas. ¿Ladino?, ¿has oído hablar ladino? ¿eres capaz de distinguirla? ¡Si ya sabía yo que tenías un don para las lenguas! 😀
Me repito, una reseña de lo más entrañable.
Un abrazo.
Gracias Icíar, eso es lo que consiguen ciertos libros …
Lo del ladino, la primera vez que oí hablar de eso fue en Estambul y fue por un chico que nos reconoció como Españoles y concretamente de Zaragoza, pasamos con él casi todo el día, y sí, era descendiente de 5ª generación creo, de judíos españoles, me pareció todo interesantísimo! No hay nada como viajar y conocer a personas tan interesantes…! Claro, hay que perder un poco el miedo a lo desconocido y apensar eso de que “algo querrá” jejeje
Los idiomas se me dan muy mal querida, pero se me pega el acento enseguida jajajaj, pero me he dado cuenta que solo por el acento no te entienden jejeje
Un besico !
Ayy pero que ganas de salir corriendo a la librería por este libro ¡que buena reseña Susana!
un beso,
Ale.
El libro me ha dicho tantassssssss cosas jejejej. Así es fácil que salgan reseñas “engatusadoras” que diría Icíar, pero de verdad que muy sentidas.
Un besico fuerte!
Leí este libro el año pasado. Y fue una grata sorpresa encontrarme esta reseña. Soy mexicana y todo ese mundo me era completamente ajeno, pero de pronto también pude vivir los baños en la cocina, las historias de la mamá cuando subía a tender ropa a la azotea (aquí eso sí se hace) y en fin… todos esos bombones que son cada capítulo. Buenísimo que se reseñe este libro y se siga leyendo.
Quizá los jóvenes urbanitas desconozcan esta forma de vida, pero como bien dices lo normal es que la gente de mediana edad comprendamos y valoremos estas imágenes que podrían ser de cada una de nuestra infancia…
Gracias por compartir tu bonita reflexión!