Reseña del libro “Pequeños cuerpos de agua”, de Nina Mingya Powles
«Las hojas oscuras y perennes del kowhai sobresalen entre las ramas desnudas de plátanos y robles. Veo manojos de pequeñas yemas puntiagudas que empiezan a cambiar del verde al dorado».
El agua que mide. El agua que crea. Que convierte. Que es. Que te es. Que llega y se va. Que es un cuerpo, voluble y cambiante, pero que se mantiene. El agua como fuente, como refugio, como lugar en el cual ser, acontecer. Sentirse. Los límites del agua, tus límites en ella, en esta palabra de infinito, a veces limitado y otras, inmenso.
Para mí, que soy en el agua, que tengo contacto con ella desde hace casi 20 años, que es entre sus olas donde descubro otra forma de respiro, entre las brazadas de natación encuentro mis lindes y mis no lindes, el peso y el hilo a seguir, Pequeños cuerpos de agua, de Nina Mingya Powles, editado por Ático de los Libros, ha supuesto un regalo desde la primera hasta la última página.
El agua, en este diario que podría ser un diario de la natación, de todos los sitios en los cuales la escritora ha nadado y se ha sumergido, y ha buscado sus confines y, también, su conciencia, el agua, como decía, se convierte en cobijo. La pregunta que sobrevuela cada piscina, cada inspiración, podría bien ser, ¿qué es la orilla? ¿Dónde se encuentra?
La escritora urde un relato hecho de muchos relatos, de recuerdos y de memorias en las cuales, a través de su relación con el agua y con la natación, ofrece un mosaico explicativo sobre qué es la identidad, como se crea, en especial, la suya, mujer blanca oriental, que ha vivido en distintos territorios pero que nunca, en ninguno de ellos, se ha podido sentir como en casa. La pertenencia a dos hemisferios que ha hecho que viva entre estaciones diferentes y que la primavera se convierta en algo más que en una etapa.
Mestiza de nacimiento, su apariencia, en la sociedad occidental, siempre ha causado ciertas preguntas, que ella ha intentado invalidar a través de las zambullidas, aquellas dentro del agua que se mueve y que varía pero que ha significado, para Nina Mingya Powles, un lugar seguro, un refugio para y de su cuerpo de agua. Una frontera, una búsqueda, aquella amplitud en la cual poder ser.
Un diario, comentaba antes, y también un mapa conformado por todos los sitios donde ha sido y ha flotado, y que explican su vida, sus experiencias, cada historia escondida detrás de cada piscina nadada y que han hecho ser quién es. Una geografía, quizá de combate, y también de aquellos paisajes asociados a otro refugio, también de agua, que es la infancia, el lugar donde creció, Borneo.
El jardín de casa de su padre y su madre, hecho de flores, mar, aroma que es casa. Un lugar lejano que se siente cerca. Una narración que hace las raíces, que habla de una cultura minoritaria que se pierde; la escritora, ella, que no sabe mandarín, el idioma materno, el local, el de los orígenes.
Un lugar es casa cuando sostiene, dice la historia en Pequeños cuerpos de agua. Las raíces familiares, el jardín de la niñez, el kowhai, el árbol de flores amarillas que es un faro, que es calidez, la llegada de la primavera que Powles ha buscado siempre fuera de casa, fuera del jardín con el mar delante.
Seguramente para sentirse, cuando estaba lejos, en casa, abrigada, entre las flores.