Angelino vive en un apartamento que se cae a pedazos junto a su amigo Vinz. Trabaja como repartidor de pizzas en la megalópolis Dark Meat City, un lugar donde la pobreza inunda cada rincón. Un día, presto por repartir uno de sus encargos a tiempo, sufre un terrible accidente; un accidente que debería haberle llevado directo a la tumba. Tras el accidente Angelino empieza a tener visiones perturbadoras, hombres de negro le persiguen por todas partes y sombras alienígenas que vienen de lugares ignotos empiezan a inundar Dark Meat City con la intención de conquistar el planeta. Esto es Mutafukaz, un cómic escrito y dibujado por RUN (apodo tras el cual se esconde el guionista e ilustrador francés Guillaume Renard) pero también es una película de animación. La versión fílmica es una creación franco-japonesa con el emblemático Studio 4ºC como principal productora.
Y poco más os puedo contar de esta obra, ya que ni he leído el cómic ni he visto la película, pues solamente he visionado un tráiler que me dejó con la boca abierta. Todo esto fue mientras decidía si Puta Madre (que es el cómic del cual realmente os voy a hablar hoy, un spin-off de Mutafukaz), iba a ser tan bizarro. Para qué negarlo, me encanta lo raro, todo aquello que parece escrito y dibujado por un genio loco con cuarenta de fiebre en pleno delirio. Sin saber nada de nada de la trama, prácticamente a ciegas, empiezo a leer Puta Madre. A las pocas páginas la realidad me abofetea, de una forma brutal, sin contemplaciones y me susurra al oído: bienvenido a la vida, pura y dura, plena de historias dramáticas, donde personas con destinos de mierda deben sobrellevar una vida de sufrimiento.
Puta Madre, guionizado por Run y dibujado por Neyef, inicia la historia en un barrio marginal donde una madre convive con dos hijos, cada uno de su padre, ambos en paradero desconocido. Jesús, el hijo mayor, pasa el día en la calle, de un lado para otro, sin rumbo fijo; solo vuelve para comer y dormir. La madre no le hace el menor caso. El pequeño no es tratado mucho mejor. Un día Pico, el pequeño de tan desestructurada familia, aparece muerto. El hermano mayor parece haber matado a su hermano por accidente. No hay juicio, solamente un acuerdo entre abogado y fiscal y al niño, de tan solo doce años, le cae una condena de siete años de cárcel. “En mi cabeza de crío, siete años o la perpetua es lo mismo.”
Sigo leyendo, con el estómago encogido y pienso: es solo ficción. Y entonces, como si un puño me apretara las tripas con infinita cólera alcanzo esa página, la veinticuatro, en la que se explica con todo lujo de detalles que Puta Madre toma como base un caso real además de describir con pelos y señales el pútrido sistema judicial americano. “El 97% de los presos americanos no han tenido juicio, han negociado una pena.” Un trabajo de documentación excelente que no acaba aquí, que continúa para explicarnos cómo funcionan las mafias y hermandades en el interior de la cárcel. La cárcel, ese lugar altamente hostil en el que las normas del mundo real no valen una mierda y que vagar solo por la penitenciaria significa estar jodido. Allí es donde nuestro protagonista hallará una familia; una panda de asesinos que cuidará de él mejor que aquellos con los que comparte ADN. Traiciones, chanchullos, negociaciones entre hermandades, guardias corruptos y puñaladas por la espalda que derraman litros y litros de sangre (sí, violencia, mucha y explícita) es lo que encontramos en los tres primeros capítulos de este integral que consta de seis.
La sensación de peligro inminente y de angustia, el contraste entre soledad y camaradería, sigue persiguiendo al lector en los tres capítulos siguientes. Si todo empieza con un drama carcelario al estilo Prison Break, el sino de Jesús lo conduce hasta el tráfico de armas y drogas sobre dos ruedas como en Sons of Anarchy o Mayans. En su búsqueda de una vida que le han robado, de una infancia truncada, de un destino digno que siempre se le resbala por entre los dedos como arena del desierto en ese mundo de perdedores y de tipos de moral disoluta, en ese entorno donde lo poco que ha aprendido es a sobrevivir a toda costa, Jesús todavía será capaz de encontrar algunos remansos de paz e incluso el amor. “La vida es el aquí y el ahora. No existe nada más.”
Puta Madre está brillantemente narrado a modo de diario, una narración abarrotada de palabras duras, jerga carcelaria y miles de tacos que contrastan con ese lenguaje más sosegado, menos repleto de rabia y frustración que normalmente coincide con esos momentos en los que el protagonista parece estar alcanzando, tocando con la punta de los dedos, esa vida de calma que tanto anhela. El dibujo de Neyef es detallista, precioso en ocasiones, abrumadoramente realista en otras, rabioso en los momentos de acción y con un color perfecto en todas y cada una de sus viñetas.
Un pequeño consejo antes de concluir esta reseña: hay dos formas de leer Puta Madre. La primera de ellas es como si fuera una serie de HBO, dejando que pase un tiempo entre capítulos, asimilando esos cliffhangers que te dejan en ascuas y con el corazón a mil por hora. La segunda es al estilo Netflix, devorándolo como un lobo hambriento, engullendo todo el sufrimiento que el personaje tiene que resistir, pero disfrutando, sin descanso, sin tomar siquiera aliento, de cómo Jesús se levanta, una y otra vez, para enfrentarse en batallas de extrema violencia contra todo aquel gilipollas que quiere hacer de su vida un infierno.
Puta Madre editado por Dibbuks es un cómic descarnado, duro, bello, repleto de denuncia social, de drama y de acción, con una mezcla de géneros que funciona como un reloj de precisión, una narración que no decae en ningún momento y un dibujo lleno de personalidad que es brutalmente seductor.
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