Quien me conoce sabe que no soy muy de deportes. Ni me gusta verlos, ni me gusta practicarlos. Aunque sí es cierto que, cuando vivía en Madrid, me encantaba acercarme al estadio Vicente Calderón, vestida de colchonera y armada con un buen bocadillo de jamón, a pasar las frías tardes del invierno madrileño. Me divertía una barbaridad y la semana que tocaba jugar en casa me la pasaba pensado en el partido. Pero no puedo considerar que eso equivalga a que me guste el deporte. Porque si me pones un partido en la tele… probablemente me quede dormida a los cinco minutos escuchando la monótona voz de los comentaristas. Lo que me gustaba era la diversión, el ambiente que se respiraba al lado de Manzanares cuando una oleada de gente ataviada de camisetas y bufandas rojiblancas se iba acercando al campo. Lo que me encandilaba era el olor a emoción que se podía respirar cuando el fondo sur comenzaba a cantar dejándose las cuerdas vocales en cada aliento. Lo que me llenaba de alegría era el escuchar: “gol, uy”, cuando parecía que sí, pero al final era que no. Porque eso significaba que la afición apoyaba a su equipo, y sobre todo, que tenía fe en él. Cuando salía del partido, con las mejillas encendidas y una sonrisa en la cara (ganara o perdiera mi equipo), me iba a casa sabiendo que iba a comenzar una semana nueva, lo que significaba que ya quedaba menos para el siguiente partido.
No sé si eso es que te guste el deporte. No sé si eso es que te guste el fútbol. Yo solo sé que lo disfrutaba con todas mis fuerzas y ver la bandera de mi equipo colgada del techo hacía que la semana se me pasara volando.
Esa emoción de la que hablo, la he podido revivir al leer la saga de Harry Potter y, más en concreto, Quidditch a través de los tiempos. Como todos los fans sabéis, el Quidditch es el deporte oficial en el mundo donde los magos conviven con los humanos, y que goza incluso de ligas y mundiales. Sin duda era el deporte favorito de Ron. Pero imaginaos la cara de Harry, que siempre vivió entre muggles, cuando descubrió que para jugar al deporte nacional había que montarse en una escoba y perseguir una diminuta pelotita dorada —llamada snitch— que surca los cielos a velocidad de un rayo. Todo ello sin contar con las endiabladas bolas que persiguen a los jugadores haciendo que el juego se vuelva un poco más complicado. Además, hay que añadirle que algunos jugadores deben encargarse de batear y meter las bolas por los tres aros preparados para ello. Una locura de juego. Del que Harry se enamoró en cuanto escuchó hablar de él. Y algo tendría que ver el llevarlo en la sangre, ya que James Potter, su padre, fue uno de los mejores cazadores de Hogwarst.
En Quidditch a través de los tiempos, J.K. Rowling nos sumerge en las entrañas de este deporte, contándonos las anécdotas más importantes desde que naciera este juego y las curiosidades que todo admirador debería conocer. Gracias a Salamandra y esta nueva edición, podremos tener en nuestras manos una réplica del libro que descansa en la biblioteca de Hogwarst. Libro que, estoy segura, fue el único que leyó Ron por voluntad propia.
Para los fanáticos de Potter y sus amigos, conocer un poco más de la historia siempre es un gran placer. Como ya os he dicho, no soy gran amiga del deporte, pero no me importaría en absoluto ondear mi bandera azul de Ravenclaw mientras disfruto de una buena cerveza de mantequilla y unas grageas de Bertie Botts (esperando, como siempre, que me toque una de chocolate y no una de cerumen).
Buena reseña. Y te aviso “eres colchonera” ni amante de los deportes ni nada “colchonera” a palo seco 🙂 una especie que sólo conocen los colchoneros de tooooooooooda la vida…
¡Hola, Bur! Sí… puede ser que sea así. Haber crecido en la ribera del Manzanares me hizo ser colchonera a la fuerza. ¡Saludos y gracias por tu comentario!
Me encanta que los jóvenes leean, pero pequé de ingenua y entusiasta al recomendar a mis jovenzuelas que pasaran por aquí de vez en cuando….cada vez que entran me piden algo!!! ya verás cuando vean esto…
Un beso.
¡Hola, Yolanda! ¡Cómo me gustan tus comentarios! No sé si será verdad eso de que los jóvenes no leen como antes, pero los que leen, leen. ¿Sabes cuál es mi truco para poder rellenar la biblioteca de vez en cuando? Por cada libro que leo, meto 2€ en un bote. Al final de año, lo abro y gasto todo en libros. Seguro que a tus jovenzuelas les encanta esta idea 😉