Rafael Chirbes
Sólo se me ocurre una razón por la que este señor no es tan leído como Muñoz Molina, Mendoza o Marsé, por citar tres autores conocidos y premiados de su misma generación: su apellido no empieza por M. Bromas aparte, no queda otro remedio que achacar el desconocimiento de Rafael Chirbes por parte de eso que llamaremos gran público a los variopintos y caprichosos senderos que conducen a la popularidad en el reino de las novedades, fuera de ese pequeño teatro que conocemos como mundillo literario, en donde Chirbes es un actor (re)conocido por más que se niegue a formar parte de la representación. Y también goza -lo que no deja de ser curioso- de un gran prestigio de crítica y público en Alemania, quizás por su particular manera de acercarse a la historia de un país: sin miramientos, más allá de siglas, sin ese partidismo generalizado que en la actualidad condena la gran mayoría de los debates políticos a la miseria de los intereses creados. Lo que es evidente es que si hablamos de sus libros (novelas, artículos, ensayos), de su manera de ver la escritura y la literatura, de su compromiso con el oficio que escogió, este valenciano (Tavernes de la Valldigna, 1948) no desmerece en nada a sus compañeros de añada.
Hablamos de un modelo de autor diferente, poco habitual en los medios, en apariencia reacio a recibir los laureles que coronan a otros. Publicó su primer libro con casi cuarenta años. Carmen Martín Gaite fue su madrina literaria y su locutora, como él la llamaba, desde que leyó Mimoun (1988), la primera novela de un autor hasta entonces oculto en el mismo cajón en que reposaban ya manuscritos posteriormente publicados. Después de su debut vinieron cinco libros que bien pueden considerarse una de las mejores muestras quijotianas de esa corriente que busca mostrar la historia privada de las naciones, en este caso con la guerra civil y la posguerra españolas como paisaje: En la lucha final (1991), La buena letra (1992), Los disparos del cazador (1994), La larga marcha (1996) y La caída de Madrid (2000). Además de ficción, Chirbes recurre también al ensayo para expresar sus ideas y pasiones literarias, artísticas y políticas. En este sentido no es como la gran mayoría de los escritores, que recelan de cualquier debate político por miedo a una lectura partidista o a un descenso en las ventas de ejemplares. Buena muestra de ello son dos recopilaciones de artículos, conferencias y ensayos: El novelista perplejo (2002) y Por cuenta propia: leer y escribir (2010), dos libros necesarios por la frescura de su mirada, por lo poco habitual de su punto de vista, que no se casa con nadie y recela siempre de lo políticamente correcto. Con Crematorio (2007), su última novela, Chirbes nos regala una radiografía irónica, cruda y desencantada de la España actual a través de un constructor sin escrúpulos que simboliza la relación entre la destrucción física del paisaje y la devastación moral de la sociedad.
Si hay un tema recurrente en su obra, un impulso vital, es la crítica moral de una generación, la suya, que se traicionó a sí misma a raíz de la transición, periodo muy criticado por Chirbes (y por otros autores como Rafael Reig o Antonio Orejudo, aunque estos desde una perspectiva literaria más paródica y lúdica, respectivamente). Hay que cumplir –dice Chirbes– con la obligación de contar nuestro tiempo, meter el bisturí en lo que este tiempo aún no ha resuelto -o ha traicionado- de aquél, y en lo que tiene de específico. Y eso es lo que hace él, sin importarle a quien le pueda escocer, empeñado en llevar a la realidad aquello de que la revolución es pasar de la retórica a la verdad. En Los viejos amigos encontramos uno de los muchos ejemplos de este desencanto generacional. En torno a una cena entre antiguos compañeros, el lector se va encontrando con una serie de personajes que soñaron con cambiar el mundo pero que, llegado el momento, decidieron aplazarlo. Una publicitaria, una profesora, un pintor que trabaja de vigilante de un hotel, un novelista que vende apartamentos a los turistas, todos ellos suponen la constatación de unos tiempos, los que vivimos, en los que todo se ha derrumbado, corrompido o acomodado. Como diría Iniesta (el compositor, no el futbolista), Chirbes prefiere ser un indio antes que un importante abogado. Testigo de una época antes que síntoma de su decadencia. Escritor antes que esclavo.
Leo Mares
Pues he de reconocer que no conocía al autor, pero después de leer tu entrada, prometo buscar algo de este hombre para leer, porque tiene que ser muy bueno.
Un saludo!!!
Me alegro Margarita. De eso se trata, de ampliar el menú, que es amplio y diverso, y ya luego que cada cual escoja lo que le apetece comer. Un saludo
Tal vez el hecho de que diga la verdad y vaya de frente, pinchando en ciertos temas, sea uno de los motivos por los que aquellos que no se animan a la verdad decidan excluirlo y no darle el mismo valor que los escritores que mencionas al principio. la verdad duele. Pocos se animan a escucharla. Buena reseña, gracias por sumarme un autor para leer. Saludos!
Toda la razón, Roberto, has dado en la clave. Un saludo
Hola, precisamente estoy terminando de leer por cuenta propia y estoy disfrutando muchísimo. Además me parece tan lúcido y tan claro lo que dice que me apetece decirle a todo el mundo: Tenéis que leerlo.
Compré el libro por casualidad-reconozco que no conocía al autor- pero ahora quiero seguir leyéndolo. Creo que voy a empezar por Crematorio.
Recomiendo La larga marcha, los viejos amigos y, por supuesto, Crematorio. Un novelista de los pies a la cabeza, mucho menos mediático que otros, pero más íntegro y, sobre todo, mejor narrador. Que les aproveche. Ah, además, tiene un trato cercano.