Cuando era joven y guapo (un poco más joven que ahora, entiéndase) me encantaban las películas de Regreso al Futuro y fantaseaba con la opción de poder marcar en un tosco ordenador de grandes teclas iluminadas una fecha cualquiera, un lugar, y entonces darle al clic y ¡boom!, poder salir echando leches de aquí. Caer de culo en el pasado y ver qué coño ocurrió en realidad allí. Cómo y por qué todo fue de esa forma y no justamente de otra. Ya sabe: esto del Ministerio del Tiempo de hoy en día, pero un poco en plan low cost.
La literatura, usted y yo lo sabemos bien, tiene ese fantástico poder, el de la tele transportación. Basta con leer una documentada (hagamos hincapié en este adjetivo, por favor) novela histórica para conocer qué pudo ocurrir en la antigua Roma, o cómo podría haberse evitado la Guerra Civil, por hablar de dos épocas bien manoseadas en el género.
En el siglo XVI tuvo lugar, posiblemente, uno de los momentos históricos más fascinantes y determinantes de la Historia Universal, cuando la Iglesia Católica se partió literalmente por la mitad (o en mil pedazos, quizás) y tuvo lugar la llamada Reforma luterana. Es ahí cuando surge el protestantismo, el luteranismo, el calvinismo, el anabaptismo y otros movimientos religiosos y reformistas, y también cuando la Iglesia católica responde con su contrarreforma ideológica y pone a trabajar por toda Europa a su propio brazo armado, que no es otro que la Inquisición. Se trata, como digo, de una época tremendamente convulsa y en la que se suceden un sinfín de escaramuzas y de hechos políticos, sociales y también culturales que marcan, sin duda, la forma de ver el mundo y de entender al ser humano y su relación con la religión, la ciencia y las ideas a partir de entonces. Es el germen del Renacimiento y de todo lo que trajo consigo. Es en este apasionante ciclo histórico en el que nos mete de lleno Antonio Orejudo en Reconstrucción, la que es, para mí, su mejor novela hasta la fecha (aunque no la más reconocida) y mira que las tiene buenas…
Pero, en realidad, Reconstrucción no es una novela histórica sin más. De hecho, y aunque a simple vista pueda parecer que sí, creo que Reconstrucción no es ni siquiera una novela histórica. Y me explico. Reconstrucción es una original ficción de autor con un hecho histórico como punto de partida (puede que incluso como excusa), pero en la que se ponen en cuestión otras cosas además de los hechos descritos. Una novela donde se hace un ejercicio de metaficción de los buenos y donde se nos cuestiona constantemente sobre lo que significa o debe significar la literatura. ¿Cuál es el poder real de la creación literaria?, ¿qué tiene más valor, contar lo que pasó desde la perspectiva de un observador que estuvo allí o uno que se documenta sobre ello, o lo que pasó en realidad?, pero, ¿cuántas verdades hay en una historia que se nos narra?, ¿en qué momento y cómo se “reconstruyen” los hechos?, ¿por qué se cuenta así y no de otra forma? La importancia de la oralidad y después de la escritura para transmitir lo que pasó, la mezcla entre ficción y realidad, las características del narrador, sus ideas, su propia historia personal a la hora de darle un sentido a la historia son todos guiños metaficcionales con los que el autor va regando la novela constantemente.
Además, Antonio Orejudo es un innovador, un iconoclasta, vamos. A veces pienso que es el escritor más postmodernista que tendremos nunca y eso me gusta mucho de él. Y lo digo no sólo por sus originales historias y por los elementos metaficcionales de las mismas, que también, sino, además, por las estructuras narrativas de las que se sirve (y en esta novela nos presenta una de nuevo originalísima), y que siempre van más allá del simple relato lineal, del manido triángulo de presentación-nudo-desenlace o del flash back más o menos previsible. En Reconstrucción, nos encontramos con múltiples personajes (ya sean históricos o de ficción) que, siendo todos protagonistas del hecho histórico, nos aportan, con su discurso o con sus actos, su particular visión de ese momento y nos dejan la pelota en nuestro tejado para que seamos nosotros los que juzguemos los hechos. En Reconstrucción (y en todas las novelas de Orejudo que he leído ocurre más o menos lo mismo) descubrimos historias dentro de la propia historia y hasta textos de carácter biográfico o ensayístico que se superponen con maestría en el devenir de la narración, que es, por definición, como la propia historia real, caleidoscópica.
Pero es que en Orejudo hay más, mucho más. Porque Orejudo es un cachondo. Un tío de esos con los que te puedes partir el culo mientras lo lees hasta decir basta. Todas sus novelas están impregnadas de esa irreverencia tan personal, de esa subversión. Sus personajes son, generalmente, políticamente incorrectos. Son provocativos, son frescos, son insultantemente golfos. Sus historias llevan un aire de malicia (y de fina inteligencia) que se torna cada vez más necesaria cuando ves, por ejemplo, la lista de novedades literarias. Cuando solo lees autobombo una y otra vez, y banalidad y lugares comunes a cascoporro. El pedo estilístico, vamos. Historias de amorcitos transoceánicos o los aburridos misterios familiares que se reproducen en las estanterías como una puta plaga bíblica. Ahí es cuando hay que leer Reconstrucción. Y salvarse de la quema.
Este profesor universitario es una bendición de dios (o del demonio, según se mire) pero sobre todo es un escritor fabuloso (y español, sin que esto convierta, por una vez, la frase anterior en un oxímoron aterrador) y usted no debería perdérselo por nada del mundo. Por tanto, lea usted Reconstrucción, hereje e infiel pecador/a, y vayámonos juntos a reflexionar y a gozar, que no es otra cosa que irnos juntitos a arder.