Refugio, de Terry Tempest Williams

RefugioSi comenzase la reseña haciéndoles un esbozo del contenido del libro probablemente no le haría justicia, incluso es posible que les resultase una idea un tanto macabra. Así que antes de hacerlo les transmitiré mis sensaciones con Refugio, que le hacen más. Es un libro profundamente conmovedor, sincero, desgarrador y valiente. Se trata de un diario, el que escribe la autora en un momento de su vida en que siente que su mundo se desmorona y lo siente porque efectivamente es así. Su vida familiar sufre serios reveses en forma de enfermedad: su madre, sus abuelas y seis de sus tías se han sometido a mastectomías y siete de ellas han fallecido por el cáncer. Constituyen lo que ella llama el clan de las mujeres con un solo pecho. Pero el diario se centra fundamentalmente en la enfermedad de su madre, o por ser preciso se centra en su madre, que es mucho más que su enfermedad. Y debo decir que si el libro es tan deslumbrante como es se debe a que se trata de una mujer sencillamente extraordinaria, al igual que su abuela.
Pero su otra vida, la profesional, que es mucho más que eso, también se ve amenazada por la subida del nivel de Gran Lago Salado que amenaza con arrasar el refugio para aves que para la autora, naturalista y divulgadora, es una especie de segundo hogar.
Cada entrada del diario está encabezada por una cifra, la de la altura de las aguas, que es una forma brillantísima de cuantificar la angustia que se desarrolla en paralelo en su casa y en el refugio. Cada centímetro que sube el agua puede ser el último, el que termine con su paraíso particular de la misma forma que el horizonte de la vida de su madre también tiene un final próximo.
Les he dicho que la madre de la autora de Refugio fue una mujer excepcional y realmente lo pienso. Su forma de afrontar la enfermedad es verdaderamente impresionante, una mujer capaz de decirles a su marido y a sus hijos “debéis dejarme vivir para que pueda morirme” o que al final le confiesa a su hija “no sé cómo morirme” es una persona que asume la muerte como parte de la vida, con naturalidad. Y además es capaz de asimilar su enfermedad y vivirla como una experiencia si no afortunada al menos sí enriquecedora. Es terriblemente emotivo leer la lección de vida de esta gran mujer.
Pero para hacerse una idea justa de cómo vive la familia esta experiencia, debería decirlo en plural, hay que señalar que son mormones y que por su propia cultura viven la familia de una forma muy intensa. Yo prácticamente no conocía nada de esta religión y el retrato, muy libre, que hace la autora de la misma, de sus tradiciones y su vida, es francamente interesante.
Y Utah, el desierto y el Gran Lago Salado, paisajes tan surrealistas que es imposible leer este libro sin buscar frecuentemente imágenes para confirmar las impresiones que el libro transmite aun desde la certeza de saber que es imposible mirarlo con los mismos ojos que quienes viven allí y cuya relación con su entorno sobrepasa con creces la del visitante. Ella ama su paisaje, sobre todo adora a las aves pero en general siente una comunión con la naturaleza que se asoma a cada página. Un lugar del que un militar se refirió como “un buen sitio para tirar cuchillas de afeitar usadas” y que uno aprende a admirar a través de los ojos de la autora. Otro concepto sorprendente de este hombre es el de “segmentos de población de utilidad relativa”, pero me temo que entrar a comentar ese tema sería demasiado extenso para una reseña.
Se aprende mucho y muy interesante con este libro. Los mecanismos hídricos del gran lago, los naturales y los artificiales con los que se trata de domesticarlo (alguno de ellos especialmente delirante), sobre un entorno natural extremo que guarda su belleza para quien la sabe ver, que es quien la sabe vivir, pero que una vez la muestra es un espectáculo. Se aprende sobre aves, sobre mormones y sobre la sociedad de Estados Unidos. Pero por encima de todo se viven muchas emociones acompañando a estas mujeres valientes que gracias a Refugio han pasado por esta vida dejando un testimonio y una huella que les rinde un mucho más que merecido homenaje. Reivindicar al clan de las mujeres de un solo pecho, que es mucho más amplio que el de las mujeres de la familia Tempest, es una causa noble porque lo cierto es que no siempre han gozado del apoyo ni del reconocimiento del que disfrutan ahora.
Les he dicho que Refugio era una obra muy valiente, sin duda lo han entendido porque hablar de la propia intimidad familiar y los sentimientos con la honradez con la que lo hace Terry Tempest Williams requiere de mucho valor. Pero me refiero también a otra cosa. Al final del libro la experiencia personal se torna en denuncia, en la de las pruebas nucleares que se llevaban a cabo en el desierto, junto a ellas, y su relación con la elevada tasa de cáncer de estas mujeres de Utah. Yo soy de Huelva, la comparación con Utah es aparentemente extemporánea sin embargo junto a la ciudad hay unas balsas de fosfoyesos, radiactivas, que ocupan una extensión mayor que el área metropolitana, de tal suerte que es la provincia con mayor tasa de cáncer de España. Oficialmente una cosa no está relacionada con la otra y por cada estudio que lo demuestra aparece uno que prueba lo contrario. Al leer las páginas que la autora le dedica a este tema no he podido evitar compartir su indignación y su impotencia. Su caso es diferente, en un juicio se dio por demostrada la relación entre las pruebas nucleares y la enfermedad de las denunciantes y se marcó una indemnización. Sin embargo instancias judiciales superiores anularon el fallo basándose en un precepto legal según el cual el gobierno era inimputable si lo que hace no es ilegal. Y se ve que a alguien se le olvidó proponer una ley en la que se dijera literalmente que está prohibido exponer a tu población a experimentos radiactivos sin su consentimiento.
Permítanme que acabe con unas palabras de la autora, no son del propio diario, sino que son una reflexión final que me parece tan interesante que no me resisto a compartirla con ustedes:

En la cultura mormona se respeta la autoridad, se venera la obediencia y no el pensamiento independiente. […] Durante muchos años he hecho justo eso: escuchar, observar y formar en silencio mis propias opiniones, en una cultura que raras veces se hace preguntas porque ya tiene todas las respuestas. Pero también he visto a las mujeres de mi familia morir, una por una, muertes ordinarias y heroicas. Nos hemos sentado en salas de espera, esperando recibir una buena noticia, pero oyendo siempre la mala. Yo las he cuidado, he aseado sus cuerpos llenos de cicatrices, y he guardado sus secretos. He visto a mujeres guapísimas quedarse calvas a medida que les inyectaban ciclofosfamida, cisplatino y doxorrubicina en las venas. Les he puesto la mano en la frente mientras vomitaban una bilis verde y negra y les he administrado morfina cuando los dolores se volvían inhumanos. Al final, he sido testigo de su último y apacible aliento, me he transformado en comadrona del renacimiento de sus almas.
El precio de la obediencia se ha vuelto demasiado alto.[…]Tolerando una obediencia ciega en nombre del patriotismo o la religión acabaremos firmando nuestra sentencia de muerte.

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

Deja un comentario