Como norma general no considero una virtud especialmente interesante que un autor sea capaz de crear un mundo propio, lo que sí que creo que es especialmente virtuoso es lograr que ese mundo lo sea también del lector, que las coordenadas creativas del escritor se conviertan en coordenadas vitales del lector al menos durante el tiempo que dura la lectura. Jorge Omeñaca lo logra con su Retuerta pero no sólo hasta la última página, sino que se convierte uno en ciudadano honorario de este territorio rústico, agreste, abrupto, desolador, claustrofóbico, pero brillante. No le cuesta a uno situar esta Retuerta en algún lugar indeterminado de la España vacía, pero créanme, le cuesta mucho menos situarlo en un territorio más amplio y más diverso: la buena literatura,
Las fortalezas de esta novela no son sólo el paisaje o el ritmo (es una novela que se lee sin resuello), sino que es una interesante reflexión sobre la familia, la superación y sobre la violencia. Pero permítanme que destace una virtud más que destaca en este texto: el lenguaje. Sus páginas están plagadas de palabras olvidadas, o al menos nos muy habituales en el castellano de uso común (al menos en zonas urbanas como en la que vivo, tan alejada de Retuerta pero a veces igualmente desolada aunque de otra forma). Pienso en huebra, por ejemplo.
El paisaje solitario en el que se desarrolla novela está en consonancia con el paisaje interior del protagonista, Israel, un muchacho ciego que vive solo con su madre, que fallece y que por diversos motivos debe emprender una huida angustiosa de la mano de un padre desconocido. Un chico de catorce años al que se le acaba el mundo y que debe aprender a vivir en otro que ni conoce, ni comprende ni tan siquiera ve. Si quieren que les ponga en situación de lo que es una situación angustiosa imaginen a un chico ciego desubicado corriendo por un terreno que desconoce, perseguido por unos bandidos y que debe saltar por un barranco a una poza para salvar su vida. Y no sabe nadar. Imaginen esa caída a oscuras hasta impactar con una superficie que igual le salva la vida que lo mata, porque esa es la definición de este libro, una obra magnífica que logra convertir la angustia, la incertidumbre, el miedo en una experiencia literaria de primer orden
Les voy a dejar con el párrafo que abre Retuerta, si yo no he logrado que se hagan una idea de lo que es, creo que este párrafo sí lo logrará, aunque les aviso, querrán leer más:
Conocí a mi padre el día que enterré a mi madre. Y no lo digo en sentido figurado; lo digo en sentido literal. Hablo de un padre que regresa a casa tras catorce años de ausencia; hablo de cavar una tumba para mi madre y echarle tierra encima. De eso hablo.
Efectivamente, de eso habla, y así habla, pero también de otras cosas aunque siempre igual de bien.
Andrés Barrero
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